Las cosas que me pasan a mí no están escritas, señores.
Les cuento la última en mi bitácora de anécdotas de viaje. Antes de irme rumbo al aeropuerto en el tren, como siempre hago, decidí pasar a visitar una amiga de Mao que llegó justo hoy a Florida.
Organicé mi tiempo con el fin de pasar por la casa donde se está quedando para tomarme un café y pasar un ratito con ella. Desde allí iba a coger un taxi hacia la estación de tren pero el señor donde ella se está hospedando se ofreció a llevarme porque estaba relativamente cerca. Todo va bien hasta aquí.
Compro mi billete del tren y camino hacia la plataforma a esperar a que llegue.
Cuando voy a abordar el tren, ¿maleta dónde? Se desapareció.
Inevitable pensar en Gabriela y el percance en Córdoba.
En vista de que no tenía la maleta conmigo y como andaba con tiempo, dejé que se fuera ese tren y me dispuse a hablar con el de seguridad de la estación de tren para hacer un reporte y decirle que revisara las cámaras porque mi maleta no estaba. Mientras hacía el proceso, dije que esperaría el próximo tren. Le insisto que mirara por favor las cámaras, que llamara a la policía y le pregunté que si esto pasaba con regularidad… Y me dijo que hacía justo dos semanas habían robado la maleta a alguien.
En fin…
Llegó el próximo tren y le dije: “Si no me monto en éste, voy a perder mi avión”.
Me mentalicé, riéndome de mí, y me dije: “Ya está, voy a coger ropa prestada para estar estas próximas dos semanas en Dominicana pero no me voy a agobiar ni a cambiar de planes. Me costará comprar unas chancletas y lavar la ropa interdiario, pero no quería perder mi vuelo.
Entre trámite y trámite, llamo a mi madre y a Miguel para contarles lo sucedido, pero no me podía entretener en el teléfono para seguir intentando solucionar las cosas. Me monté en el próximo tren sólo con mi mochila y mi pasaporte (por suerte siempre lo llevo en la mochila) y le cuento a los de seguridad del tren que había perdido la maleta, que me la habían robado y que si podían llamar al conductor del otro tren para que mirara vagón por vagón si había una maleta marrón que alguien, por casualidad, hubiese dejado allí . El guardia de seguridad, muy atento y muy buenmozo, por cierto, me dijo que el otro conductor le confirmó que no, que no había nada.
En ese momento, mi madre me manda un mensaje de texto y me dice: “Mi hija, a lo mejor dejaste la maleta en casa de la señora donde estabas visitando a Julie o en el carro”.
Yo, juraba y perjuraba que no, creía que tenía la maleta conmigo cuando compré el boleto del tren.
Llamo a mi amiga y le pregunto: “Min, ¿tú me viste sacar la maleta del carro?”
Ella, sin pensarlo dos veces me dice: “Sí, la sacamos y tú la tenías en la mano”.
Tony, el señor que me trajo, dice: “No, la maleta está aquí en el carro. Nunca la sacamos del baúl (maletero)”.
Nos empezamos a reír los tres al teléfono; y se empezaron a reír el guardia de seguridad y el encargado de revisar los boletos.
Llamo a mi madre muerta de risa y me dice, con toda la razón, que soy un desastre, que no puedo viajar sola, que tengo que estar más pendiente. Miguel también me dice lo mismo cuando se lo cuento.
Y es verdad, soy tremendamente distraída y pierdo las cosas; pero a la larga, mi buena estrella, la que siempre me acompaña hace que el universo casi siempre conspire a mi favor… Tengo una tremenda suerte.
A lo mejor es que hacer el bien siempre da resultados como estos, porque aquí estoy, con mi maleta en la mano, que cándidamente me trajo Tony, mi nuevo amigo, a la estación donde me bajé una vez supe que estaba en su carro.
Espero llegar a tiempo al aeropuerto… A ver si American me deja embarcar el avión aunque llegue con 45 minutos justos de tiempo.
¡Ah! Shayra y sus anécdotas en las aventuras de viaje.
«Ah, la vida, que se llena de instantes»
Shayra siendo Shayra, feliz viaje querida flaca.🤗