El güije es un personaje mitológico de los campos de Cuba. El duendecillo cubano es descrito como un negrito de pequeña estatura, ojos saltones y dientes afilados, de larga y desgreñada cabellera, que habita en los recodos de los ríos.
Algunos describen "El guije" como un duende protector de las plantas y animales del monte que impone severos castigos a quienes maltratan la naturaleza. Gusta de comer golosinas aunque se dice que llega a devorar personas y animales.
Los güijes andan desnudos o cubiertos de bejucos y guano, viven en ríos y charcas. Muchos campesinos aseguran que solamente de noche salen los güijes a asustar al caminante. Cuentan algunas leyendas que estos seres son muy enamorados y que acostumbran a hostigar a las muchachas hermosas que van a los ríos a bañarse o a lavar.
En Cuba se cuentan innumerables historias de güijes, esos negros pequeñitos dados a las maldades y las burlas. Sin embargo, que se sepa, sólo uno de ellos jugó pelota. Se llamaba Luis Pérez Pérez y nació en el poblado de Camajuaní, a 30 kilómetros de la ciudad de Santa Clara en el año 1920.
Como en su casa lo único que sobraba era el hambre, se iba a la orilla del río para comer lo primero que se encontraba: berro, ciruelas, guayabas, pomarrosas… Pero el hambre era tanta que tocaba la puerta de los guajiros de la zona y siempre alguno le regalaba algo. Así transcurrió toda su niñez a la orilla del río, mojado y con hambre. Como era muy prieto (negro) y chiquitico, todos los campesinos de la zona le llamaban simplemente “El Güije”.
Su único entretenimiento era jugar pelota (béisbol) con los muchachos de la zona y en eso se destacó. El béisbol era una fiebre tal en Camajuaní, que llegó a tener varias novenas y varios terrenos para la práctica de ese deporte. En uno de esos equipitos amateurs, Luis se hizo un hueco con apenas 13 años, y así garantizar al menos el plato de comida.
Luis comenzó como jardinero y luego se hizo lanzador. Su fama creció y un día que un equipo profesional de la Liga Profesional Cubana visitó Camajuaní, el mánager le echó el ojo al Güije. No era para menos... Con 15 años se subió a la lomita y ponchó a nueve contrarios.
Allí mismo le propusieron jugar profesionalmente. Sin embargo, su corta edad, el color de su piel y su tamaño diminuto, provocaron que pasaran diez años antes que se abrieran definitivamente para él las puertas de la reserva del Cienfuegos.
Mientras esperaba, el Güije, jugó en algunas novenas de la Base Naval de Guantánamo durante la Segunda Guerra Mundial e incursionó en el boxeo. En el deporte de los puños se las arregló más o menos bien, hasta que Eduardo Machado le recetó una paliza de “Padre y Señor mío”, como él mismo la describiría. Entonces se dedicó sólo a la pelota.
El brazo le respondió hasta finales de los años 50. Cuando vio que lo estaban sonando sabroso, entendió que era momento de colgar el guante y armó una novena con la que ganó varios campeonatos como director de amateurs en la provincia de Las Villas.
Los numerosos clubes de Camajuaní desaparecieron cuando el INDER exigió la conformación de una única novena en 1961. Al Güije le tocó dirigirla y lo hizo por muchos años hasta que fue apartado del mando.
Se negó entonces a apartarse del el terreno del “Terror” que había cambiado el nombre al de un revolucionario local y, como ya no podía lanzar o dirigir y era casi analfabeto, el único empleo que le ofrecieron las autoridades – como Estrada Palma a Quintín – fue el de barrendero. Él que había estrucado a los mejores bateadores del béisbol profesional cubano en ese mismo terreno, terminó limpiando sus gradas.
Sin casa ni familia, vivió los últimos años de su vida en el mismo local del estadio donde guardaba sus instrumentos de trabajo. Hubiese sido justo que lo enterraran allí, pero cuando se murió se lo llevaron para el cementerio del pueblo.
En 2017 el huracán Irma destruyó el terreno del “Terror” y derribó las lápidas del cementerio de Camajuaní. Al entrar los pobladores al camposanto para ver los destrozos que el meteoro había causado a las tumbas de sus deudos, descubrieron que la única lápida que había sobrevivido al siniestro era la del Güije.
Existe un documental dirigido por Enrique Díaz Quesada, La leyenda del charco del güije, realizado en 1909, con un formato de 35 mm. Producido por Chas Prada, es un cortometraje de ficción que se filmó en Sagua la Grande, provincia de Villa Clara.
Fuentes: Todo Cuba, Tremenda nota, La Tienda Negra: El cine en Cuba.
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