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"Mediterráneo", orquestado por Juan Carlos Calderón, Gian Piero Reverberi y Antoni Ros Marbà

Hay discos que marcan una época. Hay discos que dejan huellas tan profundas en la memoria colectiva, que los tornan algo presente sin importar el paso de los años y las décadas. “Abbey Road”, de Los Beatles, “El lado oscuro de la luna”, de Pink Floyd, “Coplas del payador perseguido”, de Atahualpa Yupanqui, y podría seguir en la lista de mi memoria. Discos que no se lleva el tiempo, sino que en su marca se eternizan: los cantan tus hijos. Son discos a través de los cuáles les decís quién sos. Un buen día los pescás tarareando esas canciones que fueron la banda de sonido de su infancia. Algo de todo esto sucede en este 2021: cumple 50 años “Mediterráneo”, de Joan Manuel Serrat. Aquel disco orquestado por Juan Carlos Calderón, una especie de Oscar Cardozo Ocampo para los españoles, el tano Gian Piero Reverberi y el barcelonés Antoni Ros-Marbà, donde los arreglos orquestales precisos, de esos donde no falta ni sobra nada, coronan diez canciones donde Serrat muestra lo mejor de su dilatada obra.

Esas arenas del Mediterráneo en Calella de Palafrugell:


Un gran disco requiere básicamente eso: una selección pareja y distribuida de modo tal que ese fenómeno auditivo mantenga al oyente interesado del primer al último compás. Cuántos discos han defraudado como tales por fuera de un hit aislado.

Sin haber sido pensado como obra conceptual “Mediterráneo” parece serlo. Por momentos se suceden canciones donde ninguna tiene mucho en común con la anterior, pero un clima que sobrevuela el disco y lo unifica. Probablemente sea el sonido, la orquestación.

Cuando el brazo cae sobre el disco y comienza a oírse la intro de Mediterráneo, el clima es abrazador; y cuando entra el bajo en un ritmo difícil de encasillar y se vienen las cuerdas ya, ahí, Mediterráneo suena a himno porque esta canción es una que describe como pocas el vínculo con el mar, ese que se acerca y que se va después de besar la aldea ¿Quién no ha tenido ganas de conocer ese Mediterráneo de Serrat? No casualmente ha sido elegida como una de las más grandes canciones de habla hispana. El disco recién comienza y a continuación suena una canción cuanto menos intrigante, que habla de aquellas pequeñas cosas en las que cada oyente va mechando las suyas, y esto agiganta la canción, que no llega a los dos minutos de extensión.

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Ya se ha dicho que componer canciones es algo verdaderamente complejo: hay que resolver en pocos minutos una historia con inicio, desarrollo y final; y encima con una música que le dé sentido. Aquí Serrat da cátedra. El disco sigue y ahora la temática trasunta las condiciones que ha de tener “La mujer que yo quiero”, y nos dice, para arrancar, que no ha de bañarse cada noche en agua bendita… Ya está ¿Qué más se necesita para describir a esa mujer que aunque a mamá le parezca que tiene muchos defectos y al viejo que lo peor es que tiene demasiados huesos? Seguramente él añoraba mujeres de años atrás con esa belleza más ligada a las redondeces, en fin… Los tiempos cambian.


El disco sigue girando y llega uno de los momentos más conmovedores: cuando Serrat se pregunta por qué nacerá gente, si nacer o morir es indiferente, y entonces las cuerdas se sueltan, estremecedoras, agresivas, creando ese clima irrepetible que todos sentimos cuando nos vemos dentro de un pueblo quedado en el tiempo y sentimos algo parecido al ahogo cuando en el final de la canción escuchamos que los muertos están en cautiverio y no los dejan salir del cementerio ¿Está hablando efectivamente de un pueblo antiguo domado por las condiciones que impone el capitalismo o de un cementerio? Eso es la grandeza de una obra de arte, que cada uno pueda interpretarla como le plazca y en todos los casos tenga sentido.

Orquestado por Juan Carlos Calderón, una especie de Oscar Cardozo Ocampo para los españoles, el tano Gian Piero Reverberi y el barcelonés Antoni Ros-Marbà, donde los arreglos orquestales precisos, de esos donde no falta ni sobra nada, coronan diez canciones donde Serrat muestra lo mejor de su dilatada obra

“Pueblo blanco” es una canción que agota, que te hace pensar en tirar la toalla pero es aquí donde aparece una virtud poco evaluada en los discos y es el orden de la selección de canciones, nunca predefinido, entre otras cosas; porque a priori no se puede saber qué canciones levantarán vuelo propio. De ahí que el asunto no sea distribuir los títulos intercalando aquellos que se presumen tanques con otros cuyo destino está por verse. Y es por eso que cuando el oyente está inmerso en la negrura de “Pueblo Blanco” comienza la historia de “Tío Alberto”, ese jovato con todo el mundo vivido, lleno de marcas, y que aún cree en el amor… Es algo parecido a un vals encantador que habla de este tío que todos alguna vez quisimos tener.


Damos vuelta al LP, porque cuando lo disfrutábamos fuerte, “Mediterráneo” estaba sólo en vinilo, y soplábamos la púa y venía ese momento único que son los segundos previos a que irrumpa el sonido -esta es una virtud que ningún otro soporte podrá jamás equiparar- y cuando empieza “¿Qué va a ser de ti?”, llega la problemática atemporal de la chica que abandona su casa llenando de dolor a esa madre que se pregunta por qué se fue, si le dio lo mejor de su juventud, un buen colegio privado, el mejor de los bocados… La canción camina al 'fade out', repitiendo qué va a ser de ti lejos de casa sin solución, porque no hay un regreso, no hay un hallazgo, un reencuentro, nada... Y cada uno redondea la canción con su propia angustia. Y es ahí donde llega “Lucía”, una canción que si me apuran la considero la mejor del álbum, quizás porque pocas cosas son tan potentes en la vida de un hombre que tener un amorío con una mujer mayor o quizás por aquella frase de la cartelera del filme “Verano del 42”, que decía: “En la vida de todo hombre hay un verano del 42”.

Lucía es aquella mujer que termina de modelar a ese muchacho que cayó en sus manos. Pero ese joven enamorado poco después saldrá a vagabundear, harto de preguntarle al mundo por qué y por qué. “Vagabundear” es un bello canto a la libertad con una orquestación fabulosa.

“Barquito de papel” es una evocación de aquellos tiempos donde los niños teníamos una cuneta frente a casa y el tiempo de hermanos mayores o padres para jugar con ese barquito de papel, sintiendo que estábamos en medio del mar. El final llega soberbio con la pluma de León Felipe en “Vencidos”, por enésima vez la orquestación es soberbia, señorial, lo justo y necesario para embellecer el relato del gran poeta.

En tiempos de plataformas donde se escucha todo salteado y el valor de un disco como tal parece ser cosa del pasado, hablar de un disco con todos sus detalles o de su tapa memorable parece ir contra la corriente. Tampoco está claro si un adolescente podrá ser atrapado como lo fuimos aquellos de los setenta, pero poco importa al lado de la evocación de un tiempo en que mamá se sentaba por las tardecitas de verano en la vereda, el viejo renegaba y buscaba noticias de Perón en la onda corta y mis hermanos disfrutaban su tierna juventud, mientras yo me adentraba de a poquito en la adolescencia. “Mediterráneo” suena a mi casa familiar y a mi pueblo, pero esa es harina de otro costal.




Por Gerardo Fernández. Panamá Revista

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