Hoy, día de San Miguel, imagino a mi abuela contenta, haciendo los preparativos finales para la famosa vela, y comprando donde Aquilito el salami, las mentas de espíritu y todos los demás cachivaches que iban en la funda que colgaban del palo ensebao. La imagino rodeada de gente querida para ella; de niñas disfrazadas de ángeles (yo participé dos veces), de músicos con güira, tambora y acordeón. La imagino tocando la marimba, bailando y moviendo los hombros como sólo ella sabía hacerlo. La imagino vestida de azul, siendo feliz y haciendo feliz a mucha gente. Este día me trae, en lo personal, recuerdos maravillosos.
De izquierda a derecha.
De pie: Morena (la hija de Carmen, la de Ninina y Pedro Víctor, el de Cigua); Digna Peñaló (hija de Antonia y Bodoca) y Andrea Simé.
Sentadas: Rosa Rodríguez (la Rubia, hija de Yuyi y José el zapatero), Julia (hija de Charo la de Nina) y Justina (hija de Papito el cartero).
La fiesta de San Miguel, como cada 29 de septiembre, se convertía en una promesa cumplida en la vida de mi vieja pícara (promesa que ofreció al curarse de una gravedad que hizo, como siempre decía) y un día lleno de tradiciones religiosas y festivas en la vida de los maeños y de otros procedentes de los campos de la línea noroeste, que se trasladaban a mi pueblo a acompañar a mi abuela a honrar al arcángel y a disfrutar de todo un día de celebración, que iban desde rezos, ofrendas y misas a perico ripiao, tragos, comida y bailes paganos... Y, claramente, aquel famoso palo ensebao
En esta foto, mi abuela, Ana Corina Rodríguez, en una foto no sé de qué año con su famoso Palo Ensebao.
Si se fijan bien los maeños, aquí está ella (vestida de azul, su color favorito) frente al solar de la calle Independencia esquina María Trinidad Sánchez, justo al lado de Dolores la de Pasito y frente a Chiquitía. También se ve un trocito de la casa de Zoila, la de Nina.
Leí alguna vez en el periódico el Listín Diario, texto que transcribo parcialmente a continuación que el Día de San Miguel es la manifestación de religiosidad popular más importante en todo el país y que tiene un fuerte componente de sincretismo, mismo que se define como hibridación o amalgama de dos o más tradiciones culturales.
Comúnmente se entiende que estas uniones no guardan una coherencia sustancial. También se utiliza en alusión a la cultura o la religión para resaltar su carácter de fusión y asimilación de elementos diferentes.
Recuerdo perfectamente esta imagen en la sala de mi abuela.
La parroquia de San Miguel Arcángel fue el primer templo en el que permitieron entrar a la comunidad negra en el periodo colonial, según explicó el folclorista Roldán Mármol. De ahí que los actos religiosos se combinen con los palos o atabales y las salves, dos ritmos que se tocan en todo el territorio dominicano durante la celebración en honor del santo, conocido también como "Belie Belcán", nombre de una deidad de la 21 división del vudú, "símbolo guerrero de la fuerza y la resistencia".
Tan importante era este día para mi abuela que, incluso habiendo emigrado a Estados Unidos, volvía al pueblo con semanas de antelación a la fecha para organizar todo lo que conllevaba una celebración de tal magnitud. Ella misma confeccionaba los trajes, las alas, los manteles y toda la decoración pertinente.
Esta vela era su creación, su gratitud por los milagros, su orgullo, su manifestación de fe y su promesa cumplida con vehemencia, que se convirtió en fiesta obligatoria para el pueblo desde mediados de los años 60.
Era un día lleno de contento, de olor a comida hecha a base de leña y fogón, de gente feliz, disfrutando a sus anchas, de escarcha, de alas, de ángeles reales vestidos de colores rojo y verde en representación del arcángel, de alegría, de olor a cigarro, tabaco y ron... Olor a velas, a incienso, a un pueblo unido y a humanidad.
Alexandra Peñaló, Rafaelina (hija de Yoyó y Morena Alcántara), Helen (hija de Mercedita y Chiquitía), Julissa (hermana de Rafaelina), y la hija de Aguilucha, cuyo nombre no recuerdo
Siempre digo que no soy hija de mi mamá, sino nieta de mi abuela. Es mi eslógan.
Y lo digo no porque no esté orgullosa de ser hija de Chichí (que lo estoy, ¡y mucho!) y de haber salido de su vientre, sino porque mucho de lo que soy y lo que he sido a lo largo de mi vida, se lo debo al carácter que heredé de mi querida abuela.
La vieja Cora fue una mujer adelantada a su tiempo que rompió muchísimos esquemas.
Poco le importaba lo que pensaran o dijeran de ella; llevaba la alegría por bandera, usándola siempre como el mejor vestido (azul, claro) y defendiéndola a capa y espada de convencionalismos absurdos. Fue todo un personaje esta mujer que empezó muchas tradiciones en nuestro querido pueblo y que hoy forman parte del libro de la vida de muchos de nosotros.
¿Puedes creer que me has hecho lagrimear con tu comentario, chilena? Gracias también por compartir esta parte de tu historia.
Recuerdos que dan una caricia al corazón.
Yo conocí de esta celebración cuando viví en el norte de Chile. En un pequeño pueblo de la segunda región, llamado Quillagua, el Patrono recibe agasajos con bailes, ofrendas, misas y rezos devocionales. Seguramente, se celebra en muchos lugares más, pero yo tuve la suerte de ver esta mezcla pagana y religiosa en aquel lugar.
Tu abuela sí que era especial; el azul en su vida así lo confirma.
Los nombres de tu gente, de los hijos e hijas de Mao, parecen sacados de un libro de cuentos.
Gracias por compartir.