Una tiene los hijos porque quiere, no porque te los imponga nadie. Y así, con ese deseo vehemente de ser madre, debe también venir (cosa que es tremendamente difícil) el aceptar que la vida y el curso de la misma se los lleve emocionalmente.
Y por más doloroso que resulte, hay que entender que ya no eres ese recipiente de barro que fomentó su raíz, ni el abono y el agua con la que se nutría la misma.
Hay etapas en la vida que resultan profundamente lacerantes, y esto incluye acatar que eres, en algunos momentos, un ser desechable. Pero, como todo, sobrevives. Y, luego de esta supervivencia, experimentas que después de esos tragos amargos de momentos tremendamente difíciles, regresan a ti y empiezan a valorar mucho de lo que, incondicionalmente, les has dado y renace una nueva relación de respeto, complicidad, armonía... Y empiezan a retribuirte un poquito el infinito amor que les has dado.
Abrazos de la filósofa maeña.
Gracias a ti, siempre.
Me gustó eso de "renacimiento" de la relación porque es tal cual.
Algunas vueltas de la vida y nos reencontramos con esa persona maravillosa con las alas desplegadas para comenzar miles de nuevos vuelos, pero con raíces que forman parte de su esencia. Les entregamos como herencia buena, y a veces no tanto, parte de nosotras mismas; asimismo, algún tiempo atrás, nos tocó intentar comprender nuestro propio afán de transformarnos poco a poco en lo que somos ahora. O lo que seguimos intentando...
Gracias, mi querida Maeña Filósofa.