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Serrat y sus amores: Susan Holmquist, Mercedes Domenech, Charo Vega, Pepa Flores y Candela Tiffón

Como el propio Serrat declaraba en sus entrevistas, vivía incontables aventuras sentimentales, pasajeras, sin atarse para nada a ninguna mujer. Eso sí: con absoluta discreción.

Los semanarios de finales de los 60 y principios de los 70 no prodigaban todavía su imagen en ellos, si exceptuamos alguno de los editados en Barcelona, su ciudad natal. No era «un personaje de revistas del corazón». Hasta que pasó un tiempo. Hubo una anécdota, que él mismo contribuyó a divulgar en una canción, «Conillet de vellut» (Conejo de terciopelo), donde reflejaba el amor hacia una modelo de la que se había prendado y aportaba un número telefónico: el propio de Serrat.

Está de más decir tiene que al poco tiempo de la salida del disco al mercado, hubo de cambiar el número de teléfono ante la avalancha de llamadas femeninas que lo acosaban a diario, al descubrir que esos dígitos correspondían a los de su casa u oficina.



Se supo en esos finales sesenteros que iba a ser padre, sin estar casado. Recordemos que esa circunstancia, desde luego en una mujer, era por entonces motivo de cierto escándalo en la sociedad española de la época. El cantante se había enamorado de una atractiva modelo, Mercedes Doménech, que alumbraría un hijo, Queco, en 1969.


El cantante nunca quiso desde luego cobrar ni un duro de las revistas. Ni por una exclusiva ni por contar sus memorias, como le ofrecieron más de una vez con un cheque en blanco. No se casó con Mercedes, mantuvo con ella incluso la amistad cuando se separaron, y dio sus apellidos a Queco, preocupándose por su educación y estando en contacto periódico con él. Siempre fue un hombre responsable de todos sus actos.


Acabada su relación con la modelo, Joan Manuel Serrat se sintió muy atraído por una belleza morena, de raíces calés: Charo Vega, hija del matador de toros Gitanillo de Triana, tía de Pastora Vega (la ex de Imanol Arias), y nieta de la legendaria bailaora Pastora Imperio. Se veían en Madrid, adonde él viajaba con frecuencia, y en verano, en Marbella, donde los sorprendí, coladitos el uno por la otra.


Pero el cantante no quería atarse entonces «de por vida» y aquel inicio de romance, se enfrió. La íntima amiga de Charo, Lolita, estaba «hasta las cachas», loquita por Joan Manuel, pero éste sólo la consideraba una buena amiga… Y nada más. Nunca se atrevió a ir más allá, por mucho que la hija de «La Faraona» estuviera deseando que él se lanzara. Dicho sea con todos los respetos.


Posiblemente la fémina que marcó más el corazón del «Nano» (otro de los apelativos de su círculo familiar) fue Marisol. O si lo prefieren, Pepa Flores, que salía de su separación matrimonial de Carlos Goyanes, un marido con el que no fue nunca feliz; una boda en cierto modo impuesta, que ella ha olvidado con el paso del tiempo.

Con la colaboración del malogrado reportero Juanjo Montoro, tempranamente fallecido, pude descubrir el nidito de amor de la pareja. Un apartamento propiedad de Serrat, situado a espaldas del Nou Camp. Supongo que lo compró en esas inmediaciones dada su manifiesta devoción por los colores blaugranas.

El cantante es un seguidor culé y cuando su físico se lo permitió, formó parte del equipo de veteranos del club, con quienes jugaba en encuentros benéficos junto a César, Ramallets, Kubala y otros ídolos, a quienes que evocó en una de sus canciones.

Pues bien, allí, en aquella vivienda, Joan Manuel y Marisol vivieron un tórrido amor, que les duró unos pocos meses; ella no siempre podía quedarse en la Ciudad Condal, sujeta a sus compromisos artísticos todavía. Pero Marisol quería formalizar de algún modo aquel idilio, no necesariamente con papeles por medio. Y Serrat volaba por libre.

De manera sutil, Joan Manuel se lo fue manifestando. Ella lo comprendió, por mucho que le doliera aquella separación de un hombre al que quería y admiraba, y de quien llegó a cantar alguna de sus creaciones, por ejemplo, «Tu nombre me sabe a yerba». Pensaba en él, como cuando Lolita entonaba en otro disco las notas de "Como un gorrión".


Pero, en el firmamento sentimental de Joan Manuel Serrat apareció cierto día la figura de una bella mujer, de nombre Candela Tiffon. Educada, tranquila, discreta, nada que ver con ninguna de sus «fans», hija del responsable de la Feria de Muestras de Barcelona, prohombre industrial que dirigía la misma empresa, Catalana de Gas, en la que años atrás había trabajado su progenitor de operario.


Joan Manuel procedía del lumpen, sector social más bajo del proletariado, aquel que está desprovisto de conciencia de clase. Como tal, la palabra lumpen es el acortamiento de la voz alemana Lumpenproletariat, también adaptada al español como lumpemproletariado.

Candela procedía de la burguesía catalana. Pero Serrat nunca fue un arribista.

Además, para esas calendas, cuando se casó civilmente en 1978, ya tenía un abultado patrimonio puede que incluso mayor que el de su suegro y, desde luego, no era el paria de treinta años atrás. Y han sido muy felices. Con dos niñas: María, nacida en diciembre de 1979 y Candela, que vino al mundo en el otoño de 1986, convertida en una estupenda y prometedora gran actriz.


Entre tanto, después de superar no hace muchos años una dura y complicada operación de cáncer, felizmente superada su quebrantada salud, Serrat ha continuado su carrera, con varias giras por España e Hispanoamérica con su cuate Joaquín Sabina, que a veces lo saca de quicio cambiándole sus costumbres y horarios.


Joan Manuel ya no ejerce de seductor con las muchas chicas que se le acercan. No se le conocen infidelidades. Ha grabado algunos otros discos. Compone, aunque ya no con la costumbre de antes. Siempre le costó. Me lo dijo un día: «Tardo mucho en que me salga una canción». Tiene un ejemplar historial y pertenece a eso tan traído y llevado de «la memoria sentimental de varias generaciones de españoles».


Fuentes: Periodista Digital, En todo colección, Música Memorándum.

Por Manuel Román. 28 de enero, 2017

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