Uno de los puntos fuertes de esta película es, sin duda, el maravilloso discurso del padre de Elio, interpretado por Michael Stuhlbarg, a su propio hijo cuando Oliver ya se ha ido de regreso a Estados Unidos. Hay que ser de piedra para no emocionarse en esos escasos 3 minutos y medio en los que Stuhlbarg, con un temple increíble y con una media sonrisa melancólica, relata a su hijo que es normal sentir dolor después de una experiencia amorosa tan intensa, pero que ese dolor es bueno, porque te recuerda la alegría que has vivido.
La película que ganó el Óscar a Mejor Guión Adaptado (basado en el libro de Andre Aciman), aporta una nueva visión a lo que supone un primer romance homosexual para un joven adolescente.
La escena no tiene ni siquiera música que la acompañe; tampoco le hace falta. Sólo se necesitó la cálida voz del padre de Elio aceptando, sin tapujos, a su hijo y comparando lo que ha sentido con una experiencia pasada. Porque al final se trata de eso, de un discurso de aceptación, de dejar claro que el amor es amor, simple y llanamente, y que nos empeñamos continuamente en etiquetarlo todo cuando al final es mucho más fácil dejar claro que sentirlo es algo natural, sientas el amor por quien sea. O como insistimos en pensar siempre en todo lo que no hicimos, olvidando todo aquello que sí llegamos a hacer, que es realmente lo que mueve nuestra vida día a día.
La película lanzó al estrellato a Timothée Chalamet, convirtiéndolo en una de los actores más famosos del momento (y rostro de toda una generación) y supuso un soplo de aire fresco para aportar diversidad e igualdad al mundo del cine. De hecho, tanto el director Luca Guadagnino como la pareja protagonista (Chalamet y Armie Hammer), han confirmado que habrá segunda parte, aunque todavía ni siquiera tiene título.
“Vosotros habéis tenido una hermosa amistad. Quizá algo más que una amistad. Y te envidio (...) La mayoría de los padres esperan que todo pase o rezan para que sus hijos se recuperen pronto. Yo no soy un padre así. Si hay dolor, aliméntalo. Si hay una llama, no la apagues, no seas cruel con lo que sientes (...) Nos despojamos de tanto con tal de curarnos lo más rápido posible, que acabamos rompiéndonos a los 30 años. Cada vez tenemos menos que ofrecer cuando empezamos con alguien nuevo (...) Nuestros corazones y cuerpos se nos regalan una vez en la vida. Antes de que te des cuenta, tu corazón ya está gastado. Y llegará un punto en que nadie querrá mirar tu cuerpo. Menos aún acercarse a él. Ahora sientes tristeza, dolor,
pero no lo mates, ni con ello el placer que has sentido”.
Fuentes: Fotogramas & FilmAffinity
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