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Foto del escritorShayra

"Lo que el viento se llevó" llegará a los 83 años este próximo 15 de diciembre

La noche del viernes 15 de diciembre de 1939 el Loew’s Grand Theater fue escenario de uno de los eventos más esperados por la población de Atlanta de esos años. Ante la mirada de 300 mil sureños, que se congregaron en el centro de la ciudad, desfilaron autos descapotables con figuras que llevaron algo del glamour de Hollywood a la capital de Georgia. La joven actriz británica Vivien Leigh, acompañada por Laurence Olivier; Olivia de Havilland, el productor David O. Selznick y Clark Gable, junto a Carole Lombard, eran parte del grupo que vería por primera vez Lo que el viento se llevó, la versión fílmica del libro homónimo de Margaret Mitchell.

Tres años antes, Selznick había adquirido por US$ 50 mil -una gran cantidad de dólares para la época- los derechos para llevar al cine la novela, cuyo relato se inicia en los albores de la Guerra Civil estadounidense. Una tarea que tomó más de 30 meses por una serie de complicaciones durante las diferentes etapas de su producción. Entre ellos, los 16 escritores que debieron transformar las 1.037 páginas del libro en un guión -de los que solo apareció en los créditos Sidney Howard- o el despido del director George Cukor tres semanas después de comenzar la filmación, siendo reemplazado por Victor Fleming.

A esto se sumó el complejo casting para sus personajes principales: Scarlett O’Hara y Rhett Butler. Para este último papel Selznick siempre quiso a Clark Gable, pero el actor tenía contrato con MGM. Sin embargo, logró el acuerdo gracias a una importante suma de dinero y a que su suegro, Louis B. Mayer, era el jefe de ese estudio, incorporando a Gable al elenco. En el caso del rol de Scarlett las cosas fueron diferentes, ya que se convocó una audición nacional en busca de la actriz que interpretaría a la heroína principal. De un total de 1.400 postulantes se pasó a solo 30 que lograron una prueba de cámara, entre ellas Susan Hayward, Lana Turner y Paulette Goddard. Finalmente la elegida fue la inglesa de 26 años Vivien Leigh.

Con el equipo dispuesto comenzó la filmación de un relato que en sus primeros minutos se ambienta en la primavera de 1861, un día antes que los hombres de Georgia sean llamados a la guerra. Mientras ellos hablan sobre la inminente batalla y la oportunidad de enviar a los “yanquis” de vuelta al norte, una joven Scarlett O’Hara (Leigh) recorre los jardines y salones de la gran casa en la plantación de la familia Wilkes, cuyo hijo Ashley (Leslie Howard), interés amoroso de la muchacha, recién se ha comprometido con su prima Melanie (De Havilland).

Así se inicia la célebre superproducción centrada en esta belleza sureña, manipuladora y un tanto petulante, también hija de un dueño de plantación -la mítica Tara-, que se empecina en conquistar a un hombre casado mientras les roba el corazón a otros tantos, incluido el atractivo desadaptado Rhett Butler (Gable). Todo esto con la Guerra Civil como telón de fondo y la posterior reconstrucción del país.

Un extenso relato de casi cuatro horas de metraje -226 minutos que se transforman en 238 si se le suman la obertura y el intermedio- que provocó que algunos comentaristas la consideraran demasiado larga. Pese a esto, recibió 10 premios de la Academia (ocho competitivos, dos honorarios) de los 13 a los que fue nominada, entre ellos Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actriz Principal y Mejor Actriz de Reparto, convirtiendo a Hattie McDaniel en la primera afroamericana en ganar un Oscar.





El público, además, se maravilló con el brillante Technicolor y sus efectos especiales, donde se destaca el incendio de Atlanta. Para este se construyeron fachadas de la ciudad en un sector del estudio de Selznick y él mismo controló los explosivos que las quemaron. Sus costos de producción alcanzaron los US$ 3,85 millones, transformándola en la segunda cinta más cara hecha hasta ese momento, sólo superada por la versión de Ben-Hur de 1925, de US$ 4 millones. Sin embargo, recaudó 25 veces su valor y hasta hoy, ajustando las cifras a la inflación, sigue siendo el mayor éxito de taquilla en la historia del cine norteamericano.

Pero la brillantez de este clásico, que llegó a ser considerada la cuarta mejor película estadounidense por el American Film Institute, se ha ido opacando, en especial en los últimos años, en días en que los conflictos que generan tópicos relacionados con la raza y la historia de EE.UU. se vuelven más difíciles de ignorar.

A principios de 2015, el crítico del New York Post Lou Lumenick sugirió que Lo que el viento se llevó debería “seguir el camino de la bandera confederada”, o al menos de su predecesora fílmica El nacimiento de una nación: ser “estudiada como un símbolo racista en lugar de exhibirse como entretenimiento”.

La representación de los personajes negros en la cinta no ha resistido la prueba del tiempo. En sus roles como esclavos y sirvientes, Butterfly McQueen y Hattie McDaniel encararon material profundamente estereotipado. Para una audiencia contemporánea su racismo puede ser difícil de combatir. “La película es, en muchos sentidos, un primer ejemplo de los elementos que han ido dando forma a las tortuosas descripciones de razas en la cultura estadounidense desde entonces”, escribió en 2014 Stephen Marche, de Esquire.

A pesar de lo anterior, Lo que el viento se llevó sigue siendo considerada un hito cultural y técnico en la historia del cine hollywoodense. Hace un par de años, la Encuesta Harris -que desde 1963 mide la opinión pública en EE.UU.- reveló que los estadounidenses todavía la tienen como su película favorita de todos los tiempos, a lo que se suma el que una de sus frases sigue firme entre las más memorables de la cinematografía: “Francamente, querida, me importa un bledo”. Las últimas palabras entre sus protagonistas y el inicio de la leyenda. Por Lya Rosen

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