Llevo un mes justo de no ver a la menor de mis hijas. A la mayor, aunque manteniendo dos metros de distancia, ha venido a vernos porque trabaja al lado de casa y ha pasado por aquí. Y digo ha pasado porque no la dejo poner los pies más allá que del quicio de la puerta.
No hemos podido abrazarlas, tocarlas ni pasar tiempo con ellas excepto en esos momentos en que la tecnología nos permite verlas a través de las video llamadas.... Por esto estoy tremendamente agradecida. Y además, por saberlas bien aunque el poner piel de por medio tarde algunos meses.
Y no me quejo. Al contrario, siento infinita gratitud porque hay personas de mi mundo a la que se le están muriendo sus seres queridos.
Me ha tocado de cerca y tengo mucha gente infectada de este monstruo invisible... Y gente que ya se ha ido en la más inhóspita de las soledades.
No puedo evitar sentir desolación y tristeza colectivas.
Citando a Sabina: “hubo una epidemia de tristeza en la ciudad”... Y ahora la hay en el mundo.
Pero no nos queda más remedio que ajustarnos los machos y seguir adelante, anhelando que esta pesadilla pase pronto.
Pintura de David Alfaro Siqueiros.
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