Por la radio me llegó la mayor parte de mi formación musical. Desde los discos dedicados, en tiempos de la niñez, hasta el programa "Discomanía" de Raúl Matas, en mi primera juventud. Desde niño me gustó la música y cantar por el gusto de cantar. Cantaba con mi madre mientras la ayudaba a hacer las camas, a doblar las sábanas o a desgranar guisantes.
Cantábamos las canciones de moda que emitían por la radio de la Piquer y Juanito Valderrama. Cantábamos los boleros de Machín, los cuplés de Lilián de Celis, la romanzas de zarzuela. Me las aprendía de memoria aunque muchas veces no entendía lo que decían.
Fui pasando la niñez de la mejor manera que pude. Se murió mi abuela Antonieta, la única que conocí; se murió con apenas sesenta y cuatro años, vieja y doblada por una vida borde.
Aprendí a ir en bicicleta sin usar las manos; hice la primera comunión vestido de marinerito; me atropelló un coche; descubrí que los Reyes Magos eran los padres y que los niños se hacen en casa.
También tuve la solitaria y los domingos por la mañana, mi tío Antonio y mi prima Manolita, que era su novia, me llevaban en taxi -"como los burgueses", decía mi tío- a algún cine de estreno que tuviera sesión matinal.
Vi el primer muerto: la Teresita, hermana del Antonio. Dicen que se comió un helado y se le cortó la digestión, pero vaya usted a saber. Entonces la gente tenía enfermedades muy raras como la culebrilla, el garrotillo o el baile e San Vito, y se morían de un cólico miserere, un patatús o incluso de repente, que ya es una forma curiosa de morirse.
A los once años dejé el colegio de curas y fui al instituto a estudiar bachillerato. Más o menos por entonces se casó mi prima Gloria y me compraron para la boda un traje de cheviot con pantalones bombachos en Sastrería Casarramona, y mi vida empezó a cambiar.
Año tras año, como debe ser, tras el invierno llegaba el verano. Y eso me hacía feliz. Con las hogueras de San Juan llegaba el tiempo de la playa y los melocotones. El resto del año era un paréntesis obligatorio entre uno y otro verano. Entonces no me dolía el paso del tiempo, no sabía que es un bien escaso y efímero y lo malgastaba como un manirroto. Sólo me importaba que volviese el verano. Aún hoy, al revés que los taxistas, paso todo el año esperando los calores y cuando se me acaban en el norte, corro a buscarlos en el sur.
Raspando pasaba un curso tras otro y, puntual pero sin excesos, acabé el bachillerato en la Universidad Laboral de Tarragona que era un internado de trato cuartelero y ética falangista donde nos sacaban de la cama a toque de diana, se pasaba revista por sorpresa y se marchaba en formación. Cuando, años más tarde, me tocó hacer el servicio militar, todo era para mí una historia conocida.
Allí me titulé como bachiller laboral superior. Especialidad industrial minera. Modalidad tornero fresador. Espectacular para una tarjeta de visita.
Joan Manuel Serrat
Algo Personal - Autobiografía
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