Voy a hablar un poco de mi opinión sobre los bulos científicos que, además, pueden tener consecuencias directas sobre la salud de las personas.
La ciencia, como toda otra rama humana, no está exenta de equivocaciones ni de manipulaciones. Es importante que se comprenda cómo funciona el proceso de avance en ciencia y conocimiento, utilizando siempre el método científico, algo que hacemos casi cada día:
Observación: “Mira qué curioso”
Preguntas: “¿Cómo ocurrirá este fenómeno?”
Conocimiento previo: “Voy a mirar en Google, a ver si se sabe cómo pasa”
Hipótesis: “Basado en lo que he leído, creo que esto ocurre de la manera X”
Experimentos: “Voy a hacer este experimento, a ver si sale como yo creo que va a salir para corroborar mi hipótesis”
Resultados: “Pues ha salido esto…¿Es lo que yo creía?”
No: “entonces mi hipótesis es falsa, así que tendré que buscar otra explicación o cambiar mi hipótesis y volver a empezar”
Sí: “Entonces mi hipótesis es verdadera…¡Qué listo soy!”
Compartir resultados: “Se lo voy a contar a todo el mundo y publicarlo en una revista muy buena para que sepan lo listo que soy y alguien que tenga esta duda lo encuentre en Google como parte del conocimiento previo”.
La mayor diferencia de este proceso en la ciencia más rigurosa es que en lugar de ir a Google envías tu investigación a una revista científica de prestigio y que hay otros científicos, igual o mucho más listos que tú, que revistan tu trabajo (revisión por pares o “peer review”) y se aseguran de que hiciste bien las cosas y no hay irregularidades ANTES de que esta información se publique para todo el mundo.
Pese a esta revisión por pares, han sido muchas las publicaciones científicas, incluso en revistas muy prestigiosas, que han tenido que retractarse al demostrarse su falsedad. Las consecuencias que estos bulos tienen sobre la comunidad científica, y la sociedad en general, son desastrosas. El conocimiento científico tiene su base en lo que ya se ha comprobado anteriormente (conocimiento previo), de modo que nuestra labor como científicos es dar “el siguiente paso”. Para hacer esto, nosotros debemos primero reproducir lo ya publicado, demostrando que nuestra plataforma es confiable, y luego demostrar que hemos logrado un nuevo conocimiento. Cuando el conocimiento previo es falso, lo primero que te encuentras como científico es el fracaso de tu experimento y siempre, SIEMPRE, asumes que TÚ has cometido un error.
Cuando la repetición del experimento (al menos tres o cuatro veces) demuestra la reproducibilidad de tus resultados y la incoherencia con lo anteriormente publicado, comienza una dura lucha para demostrar la validez de tu trabajo. Toda la comunidad científica va a partir de que aquello publicado ha sido comprobado, revisado por pares y aceptado como válido y ahora a ti te toca decir que las cosas no son así.
Muchas veces, hay pequeñas (o grandes) variaciones experimentales que pueden explicar la disparidad de los resultados, y, en estos casos, el trabajo es duro pero fructífero, porque ayuda al conocimiento de manera positiva (cambiando los parámetros A, B y C, los resultados varían hacia D, E y F). Sin embargo, a veces no hay otra explicación posible: los datos anteriormente publicados son erróneos.
Para cuando llegamos inequívocamente a esta resolución, tanto el laboratorio que publicó los resultados erróneos como el que ha llegado a la conclusión de que realmente lo son, han perdido una cantidad ingente de tiempo y dinero.
Además, pese a las retracciones de las publicaciones “erróneas”, el conocimiento falso se queda para siempre en las redes. Un claro ejemplo de todo esto es el clásico y mortal bulo de que las vacunas producen autismo. Se ha demostrado por activa y por pasiva que aquel (único) artículo que hacía tan relación era falso, pero ha dado lugar a una legión infinita de seguidores que, probablemente con la mejor intención en sus corazones, están condenando a sus hijos y a muchos otros conciudadanos inmunocomprometidos a sufrir enfermedades perfectamente evitables.
Vivimos tiempos difíciles, y es normal y muy humano desconfiar de todo y todos en momentos como éste. El mazazo de este virus ha sido y sigue siendo tremendo y, como humanos que somos, necesitamos que la ciencia arroje luz y certidumbre dentro de este caos. Por ello es comprensible que abramos los ojos y los oídos a aquellos mensajes inequívocos y deterministas que nos muestran (y aparentemente demuestran) soluciones claras y sencillas. Sin embargo, ni la realidad ni la ciencia funcionan así.
Mi consejo es siempre desconfiar de aquellos que dicen saber todo, de sustancias “mágicas”, sencillas, al alcance de todos que “han podido demostrar” una eficacia absoluta contra muchas enfermedades diferentes, “cual bálsamo de Fierabrás” y que “los poderes fácticos de oscuras intenciones” se empeñan en mantener oculto de la población general. Pensemos un poco… Si una compañía, la que sea, tuviera un remedio así, que le fuera a reportar millones de dólares en beneficios con sólo demostrar su eficacia por los cauces habituales (ensayos clínicos) ¿Por qué mantenerlo oculto?
Busquen siempre fuentes fiables, el ser doctor no te hace sabio ni tener razón, contrasten esa información en revistas especializadas y con diversos profesionales de prestigio. Créanme cuando les digo que llevar un medicamento por los cauces adecuados al mercado es un proceso que se hace muy largo y costoso precisamente para asegurarnos de que sea eficaz y no dañino para la población, así que, por favor, por favor, por favor, no pongan nunca en riesgo su salud probando cosas que no estén autorizadas por las autoridades sanitarias competentes.
Por Miguel Ángel López-Toledano.
Comments