"Cuando yo tenía dos años, me enamoré de una bicicleta. Luego de un coche de bomberos. Y cuando tuve cuatro años aproximadamente, me enamoré de una muchacha rubia, de ojos azules, que se escondía detrás de un guardapolvos blanco y que fue mi maestra. Como esta canción está escrita en catalán, mi idioma, voy a traducírsela a medida que vaya sonando". Así da inicio Serrat a esta hermosa canción que comparto al final del artículo.
¡A disfrutar!
Joan Manuel Serrat escribió una canción llena de recuerdos, ternura y emoción, dedica a “su maestra”. La escribió en catalán y la interpretó en diferentes oportunidades, haciendo alguna alusión al recuerdo de su infancia, junto a su maestra “Conchita”.
En su presentación en Zacatecas, México, en el año 1975, dijo estas palabras:
"Cuando yo andaba descubriendo el mundo a una altura aproximada de noventa centímetros. No, menos, ¿por qué va uno a mentir?: ochenta, me enamoré por segunda vez. La primera vez ya me había enamorado de la bicicleta de un amigo mío.
Ésta fue la segunda. Ella era una muchacha rubia, de ojos azules, se peinaba con cola de caballo. Y era mi maestra. Se llamaba Conchita y era la hija de la señora Antonia, la lechera de mi calle.
Quizá por este motivo, por el vecindario ella venía a casa cada mañana. Me medio sacaba de la cama. El otro medio ya lo había hecho mi madre antes de otra manera más eficaz y nos íbamos a la escuela . Y debo reconocer que pocos paseos he dado en mi vida tan hermosos como los que daba con mi maestra.
Ella me contaba cosas. Me contaba porqué los árboles se visten en primavera y se desnudan en otoño. O de dónde venía aquél tranvía y a dónde iba .
Ella me enseñó a leer en la calle ahí en donde ponen: "Carnicería María". Ahí aprendí a leer.
Pero todo lo bello siempre tiene un final. Y nuestro final venía a ser la puerta de la escuela. Ahí cambiaban las cosas; todo se modificaba. No sabría cómo explicarlo sin ofender a nadie. Porque a mí, como al noventa por ciento de los hombres de mi generación que fuimos afortunados y tuvimos un lugar en una escuela, a mí también me tocó una escuela de curas.
Y no era lo mismo, saben, sin ofender a nadie, no era lo mismo.
En ella había un espíritu protector que en ellos no había nunca. Ella era una especie de gallina clueca que abría las alas para recibirnos por debajo. Ella hacía de aquel mundo algo sólido y maravilloso. Ahí en ese mundo donde se mueven los lápices de color, en aquel mundo extraño y bajito y un poco loco. Solamente ella dio un sentido a ser niño. Se ponía a pintar cosas y las podía borrar, porque luego volvía a pintar otras. Por eso hoy con esta canción para mi maestra, me gustaría hacer una prolongación y regalársela como el mejor regalo que uno puede ofrecer, a estos hombres y mujeres que salpican el mundo con la más hermosa y la más difícil de las profesiones que es la de ser maestro. A estos sembradores de futuro, a estos que, seguramente son los únicos que están sembrando la auténtica riqueza de los pueblos... Porque a uno cuando le preguntan soluciones acerca de este difícil planeta y de estas sociedades complicadas y conflictivas en las que nos tocó vivir, uno piensa siempre en las escuelas como las grandes soluciones pues a través del conocimiento es más difícil engañar al hombre; es más difícil engañar a un hombre que sabe, que a uno que no. A pesar de todo, creo en los maestros, creo en las escuelas y creo en los maestros que hacen escuelas, porque sólo a partir de ahí podemos empezar a crear las sociedades del futuro y las que les esperan a nuestros hijos".
CANCIÓN PARA MI MAESTRA
Érase una vez… Usted, maestra,
y su mundo de tintero y banco,
pizarra y delantal blanco.
Buenos días, por la mañana, nos decíais, en pie
entre dos fotografías y una cruz*
una oración y una canción
y un beso en la mejilla.
¡Buenos días, maestra!
Pero usted nunca supo, maestra
que cuando quería que cantara
que tres por una eran tres
mis ojillos arañaban francamente
las rodillas que púdicamente
usted apretaba y apretaba
pero un número no vale
lo que una piel rosada.
A pesar de que nos hacía ir a la iglesia
y me quitaba el regaliz aquel **
era un mundo pequeño y maravilloso
un mundo de tizas de colores
que usted pintaba y usted borraba
Sólo usted, rodeada de curas ***
le daba la razón de llamarse
a un mundo de cuatro palmos.
Y si alguna vez piensa en mí, maestra
que de sus ojillos azules
nazca siempre aquella paz
que me hacía un poco más dulce la escuela
y que no se le haga un nudo en la garganta
diciendo:
"Han llevado a mi puñado de pequeños..."
porque usted no sabía, maestra
que el mundo es siempre el mundo
que el hombre es siempre el hombre,
pero no es lo mismo su olor
¡ay! maestra,
que el aire de la calle.
*El decorado habitual de la clase de un colegio de los años 50 y 60 eran pupitres de madera, un encerado al lado de la mesa del maestro y, en el centro de la pared, un reloj, una fotografía de Franco, otra de José Antonio Primo de Rivera y un crucifijo.
Los niños íbamos con los niños y las niñas con las niñas.
Las batas de los niños eran azules y las de las niñas de color rosa.
Los maestros no solían llevar bata (guardapolvo) pero las maestras sí, de color blanco como dice la canción.
Se solía empezar la clase con una oración como tambien refiere la canción.
**Para motivar a los chicos si habían hecho buenos exámenes y bien lo deberes, los maestros les premiaban con regaliz, dulce en forma alargada con gusto mentolado de color rojo o negro.
***En aquellos tiempos, como supongo en muchos otros países, la presencia religiosa en las escuelas era notable. Siempre daba clases de religión un sacerdote y si era un colegio religioso, gran parte de los maestros eran religiosos.
Fuentes: Serrat Multimedia (de Joan Baeza), Serrat en sus propias palabras, Serrat, el canto libre.
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