Llamadlo deformación profesional, pero yo no puedo evitar fijarme en Anthony Fauci, el científico más preocupado del mundo en este momento. Inmunólogo de referencia internacional, director del Instituto Nacional de la Salud de Estados Unidos para enfermedades infecciosas desde los tiempos del sida y principal asesor científico de Donald Trump durante esta crisis coronavírica, Fauci está pasando al frisar los ochenta por la experiencia de su vida. Su cara durante las comparecencias de prensa del presidente en la Casa Blanca es un poema gongorino, a medio camino entre “tierra trágame” y “qué carajo está diciendo este”. Sólo la coordinadora de la respuesta a la pandemia, Deborah Birx, compite con él en esa expresión de disgusto y fastidio.
Fauci ha tenido que bregar con el desdeño inicial de Trump al riesgo de la pandemia, con su ataque a la OMS y a los laboratorios chinos que mejor conocen sus efectos, con su elogio infundado a la cloroquina, el remdesivir o la lejía, y con sus prisas de constructor para levantar las medidas de confinamiento. A cualquier otro científico eso le habría costado el puesto. Pero con Fauci no se atreve ni Trump. Fauci no se prodiga en entrevistas, como parece lógico dada su situación, pero sí ha mantenido una charla esta semana con National Geographic, en la que empieza por destrozar la teoría de su presidente de que el virus de la covid-19 fue creado en un laboratorio chino, por la sencilla y aplastante razón de que las evidencias no cuadran. También intenta un día tras otro disuadir al búfalo de sus feroces embestidas para derribar cuanto antes las restricciones a la movilidad. Pese a todo, Fauci es más optimista sobre la vacuna que la mayoría de los científicos. Las fuerzas financieras que respaldan el desarrollo de una vacuna contra el coronavirus, como la fundación Bill y Melinda Gates, no la esperan hasta la segunda mitad de 2021, pero Fauci piensa que las cosas pueden acelerarse. Su esperanza se basa sobre todo en un candidato a vacuna de Moderna Therapeutics, una biotecnológica con sede en Cambridge, Massachusetts, muy cerca de la Universidad de Harvard y el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts). Se trata de una vacuna genética, que no inyecta al paciente virus atenuados, sino trozos de su material genético. Esta vacuna ha funcionado como un cañón en animales de laboratorio, y está esperando la licencia para los ensayos clínicos en humanos. “Toda mi vida”, dice Fauci, “me ha venido casi dada por el hecho de que mi madre y mi padre estaban muy orientados hacia el servicio público; nunca les interesó mucho el dinero ni las cosas materiales, así es como eran los dos”. Su formación en un colegio jesuita reforzó esas tendencias familiares. “Toda mi educación se fundamenta en las humanidades, y cuando combinas eso con una aptitud para la ciencia, acabas haciéndote médico”. Así se formó la única persona capaz de torear a Donald Trump.
Por Javier Sampedro.
Fuente: MATERIA.
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