Lleva desaparecido de las grandes producciones una década, pero vuelve por la puerta grande como director del drama épico 'Huérfanos de Brooklyn'. Hablamos con el actor que iba a ser el nuevo Brando, pero prefirió perfeccionar la mejor versión de sí mismo.
A pesar de haber nacido en Boston, Edward Norton (Boston, Massachusetts, 1969) se considera neoyorquino. Y no se le ocurra dudar de su origen sobrevenido, porque el actor es capaz de sustentarlo con una frase de uno de los escritores más neoyorquinos del siglo XX, aunque, bueno, este tampoco nació allí, sino en Pensilvania. “Hay una cita de John Updike que dice: ‘Un auténtico neoyorquino, en el fondo, piensa que todos los que viven en otro sitio están de broma”, ríe.
“Ya no pienso lo mismo. Nueva York cambia, se transforma. Y con ella, tú también cambias.
El neoyorquino que era antes ya no existe, pero esta ciudad me sigue alimentando. Me eleva y a la vez me destruye”. Neoyorquina hasta el final, incluso en el título, Huérfanos de Brooklyn todavía no tiene fecha de estreno en España. Norton es director y protagonista de la cinta, una de esas películas de puro cine negro que ya pocos tienen el valor de rodar. Detrás está la novela de Jonathan Lethem. El huérfano es el mismo Norton, un detective andrajoso que venga a su mentor, un espléndido Bruce Willis, asesinado por aquellos que quieren meter mano en la ciudad.
Norton necesitó casi 20 años para sacar adelante el proyecto. “Obsesión y perseverancia, estas son las palabras exactas para hablar de mi participación en esta historia”. Obsesión: “Al principio quería hacerlo bien o no hacerlo; no me convencía el primer borrador, lo dejé de lado. Luego volví a trabajar en él, pero me topé con el clásico síndrome de la página en blanco. Lo abandoné de nuevo. Esperé un poco más. Al final, apareció un amigo de la Warner Bros. Me dijo: ‘Lo tienes que acabar’. Recuerdo que estábamos bebiendo en un bar de Nueva York. ‘Tienes que dirigirla tú’, añadió. No estaba nada convencido de poder hacerlo, pensé que el personaje requeriría demasiada concentración como actor. Insistió: ‘Conoces esta historia como nadie, eres la persona ideal para hacerla’. Me di cuenta de que tenía razón. Ahora me alegro de que insistiera tanto”. Perseverancia: “Cuando has estudiado cada detalle de una historia, debes terminarla. Es el mensaje de la película con el que más me identifico. Lionel, mi personaje, comienza su investigación por un motivo concreto, luego ya no sabe dónde va a ir a parar todo eso”.
La acción, trasladada de finales de la década de los noventa, momento en que se sitúa la novela original, a la de los cincuenta (durante el bum de la construcción de la posguerra), está llena de jazz. Está en la música que se escucha en la película. En los cortes sincopados del montaje. En la fotografía, que regatea entre luces y sombras de una manera casi expresionista. Y también el trabajo del elenco es una jam session: Norton, Willis y luego Alec Baldwin, Willem Dafoe, Bobby Cannavale, Gugu Mbatha-Raw (la única mujer solista), todos, moviéndose entre la orquestación perfecta y la improvisación. Incluso el síndrome de Tourette que padece el protagonista es puro ritmo.
En una escena de “Huérfanos de Brooklyn”
“El sonido de las palabras es otra de mis obsesiones. Cómo las pronuncias, cómo puedes jugar con ellas, cómo puedes asociarlas en infinitas combinaciones”. Hay otro elemento de jazz en la película, Nueva York. Siempre volvemos allí. “Mi relación con la ciudad es larga, arraigada. He rodado tantas películas allí que creo que conozco muy bien el sentimiento que la recorre”. Nueva York es un estado mental, dijo alguien. No sin razón. “Es un lugar donde cuanto más profundizas, más oscuridad consigues desenterrar. Mi primera cinta como director [Más que amigos, de 2000, con el propio Norton y Ben Stiller] fue una carta de amor a la ciudad. Huérfanos de Brooklyn se mueve en otros ambientes, en otros territorios”.
Esta es una película de madurez, se ve en su discurso político. “Estados Unidos siempre ha producido una narrativa sobre el propio país muy peligrosa. Algunos llaman a esta tendencia excepcionalismo estadounidense. El personaje de Willem Dafoe pronuncia la frase más reveladora al respecto: ‘Todos piensan que viven en una democracia, ¿qué puede torcerse?’. Estados Unidos tiene una visión cruda e infantil de la historia. Se autodefine como una sociedad humanista, pero ha acabado por devorarse a sí mismo al lanzarse a una historia de amor temeraria con el poder autoritario. Es una tendencia que no afecta solo a EE UU. Pienso en toda la experiencia política sudamericana. Y hoy en Hungría. En Polonia. En Italia. Un amigo mío, que es mexicano y periodista, lo llama el problema del hombre fuerte. ¿Por qué extraña fascinación colectiva se considera a un autócrata el mejor gobernante posible? Detrás de estos individuos nunca hay nada serio, se convierten en tópicos de los que burlarse”.
"El enfrentamiento entre hombres y mujeres es saludable. Es una oportunidad para dialogar con sus hijas, sus esposas, sus hermanas. Para ser sus aliados"
Para contar la época en que vivimos, solo podemos volver atrás. “Por eso decidí ambientar mi película en los años cincuenta. Era una época en la que el lado oscuro de EE UU ya era evidente, pero estaba debidamente oculto: solo se quería mostrar una fachada idílica. Tuvimos que esperar hasta los setenta para enfrentarnos a la revelación, el cinismo, la confrontación entre lo que pensábamos que éramos como personas y lo que realmente éramos. Ocurrió todo a la vez. El dramático final de Vietnam. El Watergate. Salieron películas como Chinatown, de Roman Polanski. De repente, lo comprendimos todo. Que en Asia matábamos a niños con napalm. Que el presidente era un sinvergüenza. Que habíamos construido nuestros cimientos sobre el crimen; no solo Nueva York, sino también Los Ángeles, que nos deslumbraba con su luz dorada. Pensé que esta película podría ser el mejor vehículo para revelar la cara brutal del poder”.
Dice Norton que cuando actúas debes tener la cabeza libre de cualquier pensamiento. Sin embargo, cuando diriges, la cabeza está en el centro de todo. “Me gusta dirigir actores. Para mí es algo natural, pertenezco al oficio, de modo que conozco su lenguaje. Siempre digo que a un buen actor le basta una palabra. Es increíble la de cosas extraordinarias que pueden producir los actores si se les dirige con el verbo preciso, el adjetivo adecuado. Cuando son buenos, desde luego. Lo difícil, si eres el director de una película y también la interpretas, es tener un buen equipo. Tienes que planearlo todo. Y rodearte de gente con talento”.
Edward Norton está acostumbrado a trabajar con los grandes. Le pregunto cuál es la lección más importante que ha aprendido en sus muchos años de carrera. “Te nombro a dos de mis directores favoritos entre aquellos con los que he trabajado: Spike Lee [La última noche, 2002] y David Fincher [El club de la lucha, 1999]. No pueden ser más diferentes, pero ambos son obsesos de la planificación. Spike rueda una película en 27 días y David en 130, pero el proceso de preparación es fundamental para ambos, lo que demuestra que, si tienes bien pensado lo que quieres, puedes hacer muchas más cosas. Mi otro mentor fue Milos Forman [El escándalo de Larry Flint, 1996]. Milos tenía un sentido plástico del cine. Durante el rodaje, avanzaba sin prejuicios, sin pensar en lo que funcionaría y lo que no. Trataba de conseguir la mayor cantidad de arcilla posible. De todo aquello, seguramente saldría algo bueno. Esperaba hasta captar el momento irrepetible y, mientras tanto, iba esculpiéndolo todo alrededor. La lección era que no importa lo que hubieras hecho, siempre había que hacer algo más. Con Milos aprendí exactamente eso; cuando actúo, lo hago todo. Recojo la mayor cantidad posible de material”.
La historia de los grandes de Hollywood nos hace pensar que en la industria actual el hombre está en crisis. “No sé si es así. El enfrentamiento entre hombres y mujeres es saludable. Colocar todo bajo la etiqueta "MeToo" puede ser reduccionista, pero en cualquier caso es útil. El debate de hoy es absolutamente relevante, siempre que no se convierta en una conversación entre antagonistas. Es una oportunidad para que los hombres apoyen a las mujeres. Para dialogar con sus hijas, sus esposas, sus hermanas. Ser sus aliados”, razona.
Incluso en los momentos más reflexivos, Edward Norton parece eternamente joven. Nunca se diría que este año cumple los 50. “También yo me pregunto cómo es posible”, sonríe. “Es una sensación extraña. Hace 20 años no pensaba que pudiera hacer el papel de Lionel: es un hombre cínico que transmite cansancio. Hoy me ha resultado natural interpretarlo, pero me cuesta conectarme con mi edad. Tal vez sea un problema de mi generación. Siempre hemos pospuesto el momento de implicarnos completamente en algo. Ser responsables. Ser maduros”. El actor se casó con 42. Fue padre con 43. La pregunta es inevitable: ¿se siente Edward Norton cínico? ¿Cansado? “No”. Pausa. Sonrisa. “Siento que tengo que redefinirme. Es un momento en el que prefiero no pensar. Posponerlo. Es el mundo lo que me parece cansado, eso es. Agotado. Es una época en la que suceden muchas cosas extrañas”.
Por Mattia Carzaniga. El País.
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