"Hacia el porvenir partieron sombras. Rumbo a mañana, algo de oscuridad fue a sobrevivir... Porque el sol de hoy no pudo más".
Citando a Silvio, doy paso a esta reflexión de fin de año, de este 2020 aciago que nos ha teñido tanto de oscuridad; oscuridad que, en cierto modo, ha iluminado el camino para que veamos con más claridad todo lo bueno y lo mucho que tenemos.
Es cierto que muchos hemos perdido amigos, familiares, gente muy querida para nosotros y para la gente de nuestro entorno y eso no se puede borrar de un plumazo. Sin embargo, sin restarle importancia y sin invalidar estos sentires y congojas, me aferro fervientemente y sin vacilación al aprendizaje que me dejó esta pandemia, a atesorarlo y usarlo como puente para saltar hacia la esperanza vistiendo el más intenso de los verdes.
Lo malo muchas veces se manifiesta para que hagamos un balance, para que detallemos con nimiedad todo lo que nos da la vida. Y sí, puede que durante muchos meses nos hayamos sentido como aves en cautiverio mientras estábamos confinados, sin poder abrazar o coincidir en el mismo espacio con quienes suponen tanto para nosotros, pero ese período de individualidad, de maravilloso silencio, de viaje a nuestro interior, de introspección, era incluso necesaria. Esa pausa, por lo menos para mí, fue infinitamente bienvenida.
Deseo con vehemencia que podamos volver a sentirnos libres, a contar con el privilegio de un abrazo o de un apretón de manos, de reír a carcajadas conjuntamente, de cantar al unísono sin tener que preocuparnos de contagiarnos.
Somos afortunados de seguir en pie, dichosos de haber sobrevivido a este año tan nefasto, privilegiados de poder ver nacer una nueva década. Otros no han tenido la misma suerte.
Mis deseos, entre tantos, que se vuelva a encender la luz y 'que no prometa dejarnos a oscuras' durante tanto tiempo para que empiece a desaparecer esta tristeza global que nos salpica tantísimas veces. ¡Y salud, claro, mucha salud... Toda!
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