La película de Steven Spielberg que revolucionó el cine moderno debió sortear muchas dificultades para concretarse. Se triplicaron el tiempo y el presupuesto que habían estimado para rodarla. El tiburón construido, el gran villano, no se hundía cada vez que era puesto en el agua. Cómo todos esos inconvenientes cooperaron para lograr una película inolvidable.
Podría haber sido un gran desastre. El comienzo del rodaje con un director sin demasiada experiencia a la cabeza los encontró sin el guión terminado, con el elenco completándose y sin el personaje principal, el gran villano: los técnicos no habían podido terminar de construir el tiburón.
Después, todo empeoró. Los actores protagónicos se odiaban entre sí; uno de ellos era inmanejable debido al alcohol; los tiburones (cuando llegaron) no funcionaban y se hinchaban con el contacto con el agua; alguno se hundía; el rodaje duró tres veces más de lo previsto; el presupuesto también se triplicó; el director se obstinó en filmar en el mar y cada escena en el agua se convirtió en un martirio. La tensión era tan grande que el joven director de 27 años buscó cualquier excusa para no estar en la última jornada de rodaje para que el equipo técnico no se vengara de él. Sin embargo, Tiburón fue un éxito de taquilla impresionante, se convirtió en un clásico instantáneo y le mostró al mundo la hipnótica destreza narrativa de Steven Spielberg.
Parece un fenómeno de la primera mitad de los 70. Un best seller cuya adaptación al cine supera al libro en el que se basa. El Padrino y Tiburón (veinte años después Clint Eastwood lo lograría con Los Puentes de Madison) como perfectos ejemplos. Peter Benchley era un periodista free lance que estaba buscando asentarse desde que Lyndon Johnson había dejado la Casa Blanca. Él era uno de los que escribía los discursos presidenciales. En un almuerzo le propuso algunos temas a su editor que lo animó a avanzar en la historia del tiburón que asola un pueblo turístico. Cobró un anticipo de 7.500 dólares.
Cuando presentó el primer borrador de cien páginas, el editor sólo aceptó las primeras cinco. El resto debía ser reescrito: el tono era el equivocado, era una historia que no admitía una voz zumbona. Benchley se desanimó y sólo continuó con su proyecto porque de lo contrario debía devolver el anticipo. Pero una vez finalizada la novela todos se dieron cuenta que tenía un gran potencial. Los títulos iniciales eran pretenciosos: La quietud del agua, Leviathan ascendiente, Las Mandíbulas de Leviathan. Pero el editor eligió, con sabiduría, el contundente: Jaws.
La portada de la edición de tapa dura tenía a un tiburón en cuya boca abierta se alojaba el pueblo turístico: el animal se comía toda la ciudad. En la edición de bolsillo, la que vendió millones de ejemplares durante años, la portada era el tiburón amenazando debajo del agua a una joven que nadaba. Tan lograda fue la imagen, tan bien resumía el espíritu de la historia, que un rediseño de ella fue la que se utilizó para el poster de la película.
La historia se inspiró en una noticia de 1964 en la que un pescador había podido derrotar a un tiburón de gran tamaño. Luego, en medio de la investigación para la novela, Benchley descubrió que en 1916 un tiburón había atacado durante una semana en un pueblo costero provocando varias muertes. De ese hecho real tomó varios elementos.
Peter Benchley trabajó también en el guión de la película. Llegó a hacer tres versiones diferentes. Luego se sumaron varios manos más. Carl Gottlieb, el otro que aparece en los créditos como guionista, fue quien siguió reescribiendo escenas en el medio del rodaje (Gottlieb también hacía un papel). Benchley nunca pudo repetir el éxito de Tiburón. Consiguió notoriedad con su siguiente libro, El Abismo (el mayor mérito de la posterior adaptación cinematográfica es la escena -indeleble- de Jaqueline Bisset con la camiseta mojada y traslúcida). Al final de su vida se convirtió en conservacionista y escribió un par de libros sobre los tiburones, con un arrepentimiento expreso por la imagen que generó de los escualos en la sociedad.
Richard Zanuck y David Brown, los productores de la película, leyeron el libro antes de su publicación. Ambos lo hicieron la misma noche. Al día siguiente, hablaron por teléfono. Los dos estaban muy entusiasmados. A la tarde compraron los derechos. Zanuck, tiempo después, dijo que si hubiera vuelto a leer el libro, no lo hubiesen comprado porque una vez pasado el deslumbramiento por la historia se hubiera percatado de las enormes dificultades que acarrearía la filmación.
El director elegido fue un joven de 27 años que venía de estrenar su primer film, Loca Evasión. Sin embargo el trabajo se lo ganó por otra película, por un trabajo televisivo, la excepcional Duelo a muerte (Duel). No deja de ser cierto que también llegó a dirigir el proyecto porque el anterior elegido, en las reuniones previas con los productores, no dejaba de hablar de “la ballena”. Esa falta de precisión zoológica, tal vez, le entregó al mundo una obra maestra.
Lo primero que hizo Spielberg fue meter mano en el guión. Eliminó muchas subtramas. Las principales: una relación extramatrimonial de la esposa de Brody (Roy Scheider) con Hooper (Richard Dreyfuss) y la conexión entre el alcalde de la ciudad y la mafia. También dotó de tridimensionalidad a los personajes. “En esa historia nadie es querible. El lector termina deseando que gane el tiburón”, dijo Spielberg sobre la novela.
La elección de los actores tampoco fue sencilla. Los productores insistieron para que el protagonista fuera Charlton Heston. Pero Spielberg se opuso. No quería que hubiera una súper estrella. Eso iba a provocar que los espectadores supieran desde el principio que él se iba a salvar. Además Heston venía de sobrevivir a un Terremoto y a una desgracia en Aeropuerto. A priori se sospechaba que iba a soportar el ataque de un tiburón.
Roy Scheider obtuvo el papel gracias a una fiesta. Entre copa y copa mientras trataba de seducir a alguien, Scheider escuchó que en un grupo detrás suyo un director contaba una historia. El actor dejó de prestar atención a su conquista y quedó prendado del relato. Spielberg estaba relatando una de las escenas finales en la que Quint era devorado por el tiburón que lo fue a buscar hasta dentro de su embarcación. Scheider que venía de tener un enorme éxito de público y crítico con La Conexión Francesa se interesó y se ofreció para uno de los papeles. El director no estaba tan convencido al principio: lo creía demasiado duro para el papel; él deseaba que ese jefe de policía costero fuera humano y algo frágil.
A pesar de que Spielberg dijo que Richard Dreyfuss fue el primer elegido hubo otros antes que él: Jon Voight, Joel Gray, Jeff Bridges. Dreyfuss rechazó la primera oferta para hacerse cargo del oceanógrafo Hooper. Pero, en una función privada, vio El Gran Canalla (The apprenticeship of Duddy Kravitz) la última película que había protagonizado. Le pareció tan mala y su actuación tan fuera de registro que creyó que una vez estrenado el film ya nadie lo iba a contratar. Por lo tanto iba a aprovechar hasta ese momento y tomar todos los proyectos posibles.
Para el papel del duro cazador de tiburones la primera opción fue Lee Marvin. Robert Duvall al que buscaron para jefe de policía quiso ser el perseguidor de la fiera y no hubo acuerdo. Los productores propusieron a Robert Shaw con el que habían trabajado en El Golpe. El trío de actores principales muestra un desnivel en sus interpretaciones, como si los tres estilos pertenecientes a tres generaciones diferentes colisionaran. Un amplio espectro desde el clasicismo y dureza de Shaw hasta la ductilidad y soltura de Dreyfuss.
Las relaciones entre los tres fueron tensas a lo largo de todo el rodaje. Shaw era complicado y su tendencia a tomar de más potenciaba los problemas. La escena en la que él estruja una lata de cerveza mientras que Hooper le responde haciendo lo mismo con un vasito de papel pero con toda la furia en sus gestos se añadió a último momento y estuvo inspirada en la relación entre ellos. Spielberg se mantuvo lejos de los conflictos entre las tres estrellas para que esa tensión se viera reflejada en la película.
Pero el principal protagonista de la película es el tiburón. Desde la primera hasta la última escena. Uno de los grandes villanos del cine moderno. Esa primera escena con la chica nadando desnuda, la música de John Williams, el zarandeo, la fuerza desconocida, el terror y la muerte de la joven es su presentación (Susan Backlinie, la misma actriz, interpretó la misma escena hasta con la misma música al principio de 1941, uno de los pocos fracasos de Spielberg -aunque la película merece ser revisada-; la única diferencia es el final de la escena: la chica termina agarrada al periscopio de un submarina japonés).
Se construyeron tres tiburones diferentes. Cada uno costó 250 mil dólares. Pero todos tuvieron diferentes problemas de funcionamiento. Eso complicó de manera impensada el rodaje. Spielberg fue cambiando sobre la marcha. El animal no aparece entero hasta los 80 minutos de una película que dura dos horas.
SI bien los tiburones construidos para el rodaje trajeron muchos problemas, Spielberg no tuvo la menor dificultad para bautizarlos. Apenas los vio les puso los Bruce. El nombre del tiburón más cercano a sus afectos: su abogado Bruce Ramer.
La película casi le cuesta la cabeza a George Lucas. Literalmente. Cuando el primer prototipo del tiburón estuvo terminado, Spielberg se lo mostró a sus cófrades. Martin Scorsese, George Lucas, John Millius y Spielberg jugaban y se divertían accionando las palancas que abrían y cerraban la boca del escualo. Alguien tuvo la ocurrencia de sacar una foto. Le pidió a George Lucas que pusiera la cabeza en las fauces del animal para simular. Pero la boca se cerró y el director de American Grafitti quedó atrapado mientras profería aullidos desesperados. Luego de tocar todos los botones posibles, alguien logró que el animal de utilería aflojara su mordida.
El rodaje fue desastroso. El plan inicial era de 55 días de rodaje y 3 millones y medio de dólares de presupuesto. Hasta el día 30 todo marchaba sobre ruedas, tiempo y dinero. Claro que sólo habían filmado las escenas en tierra. La de la casa de Brody, la playa, el centro municipal. El resto se convirtió en un martirio que, después de todo, revolucionó la historia del cine moderno. “Los días que nos salía todo bien filmábamos cinco escenas; en uno normal entre dos y tres; pero la mayoría ni siquiera podíamos terminar una”, declaró el director.
Spielberg terminó necesitando 159 días de rodaje y 9 millones de dólares de presupuesto. En un momento los directivos de Universal, la productora a cargo, estaban divididos. Algunos ejecutivos lo querían echar. Otros (pocos) lo defendían. Posiblemente lo que lo haya salvado fue que todo resultaba tan complejo, el escenario era tan único que nadie excepto Spielberg podía ponerse a la cabeza del proyecto en medio del rodaje. Ese fue su seguro. Cuando pensaban variantes del guión o de cómo resolver ciertas escenas a nadie se le ocurría cómo seguir. En cambio Spielberg sabía perfectamente dónde quería llegar y de qué manera hacerlo (aunque saliera el triple y tardara tres meses más en hacerlo).
Lo que complicó todo fue la postura irreductible del director de filmar en el mar. En Hollywood ese tipo de escenas se filmaban en un gran tanque de agua construido en un estudio. Spielberg se negó. Necesitaba el movimiento del mar, los cielos, el vértigo del ondular del agua, la falta de certezas. Así, el equipo debió enfrentarse a tormentas, embarcaciones averiadas, grandes olas, mareos y pequeños desastres cotidianos. En un momento el barco en el que estaban los actores comenzó a llenarse de agua y se hundía irremediablemente con ellos adentro. La leyenda dice que el director gritaba desesperado: “Salven los equipos de sonido y la cámara”.
Esa ambición de Spielberg puso en riesgo su carrera. Spielberg subestimó la dificultad del mar como escenario y sobrestimó la capacidad de los técnicos para construir un tiburón confiable (en cuanto al funcionamiento) y verosímil. En medio del rodaje creyó que nunca más lo volverían a contratar. Ningún rodaje había excedido los cien días. Pero también esa misma ambición fue la que logró una obra maestra.
El guión se reescribía día a día. El impactante monólogo de Robert Shaw sobre el naufragio del USS Indianapolis fue escrito por varias manos y modelado finalmente por el actor. También la frase de Roy Scheider la primera vez que ve a qué se enfrentaba, el célebre: “Va a necesitar un barco más grande” (esa escena fue modificada por Spielberg luego de las primeros pases de pantalla para que los gritos de los espectadores ante la irrupción del tiburón no taparan esa línea). Pero el principal factor de reescritura fueron las reiteradas fallas de funcionamiento de los tiburones. Así Spielberg diseñó diversos mecanismos para suplir la presencia del tiburón que tarda mucho en aparecer. Ese retaceo del villano logra generar una atmósfera y de suspense del linaje de Hitchcock.
La escena con todos los chicos en el agua es de una tensión incomparable. Más adelante creó el artificio de los tambores amarillos para que se pudiera seguir su amenazante trayectoria. Como sostiene el crítico Leonardo D’espóstio la película está dividida en dos partes que recorren dos géneros diferentes. En la primera es una precisa pieza de suspenso y en el último tercio, con los tres hombres en el agua persiguiendo al tiburón y siendo atacados por él, se convierte en una de acción insuperable.
Cada vez que el tiburón no funcionó, se llenó de agua o parecía demasiado poco real en un toma fue una excusa para que la película mejorara, para que Spielberg hiciera gala de su genio cinematográfico. Cada una de las soluciones que encontró (mezcla de talento, conocimiento e intuición; de nuevo: genio) perfeccionó el film y lo llevó a una altura que no tenía en las previsiones.
El desenlace, la manera en que logran matar al tiburón, también fue una incorporación de Spielberg de último momento. Tanto en la novela como en los primeros guiones el animal moría por las diversas heridas que recibía. Pero Spielberg apeló a la mejor tradición del cine de aventuras y le dio un final más impactante y, literalmente, explosivo. El tanque de oxígeno, que al rever la película nos damos cuenta que es plantado magistralmente en varias escenas anteriores (aplicando de manera perfecta La Teoría del Arma de Chejov) y el disparo preciso del jefe de policía producen el final del atacante.
Una segunda unidad filmó tomas submarinas de tiburones reales en Australia. Uno de ellos atacó de improviso y con furia la jaula vacía. Ese material quedó filmado e hizo que se modificara el guión. El personaje de Hooper escapa antes de que el tiburón la destroce.
Dun dun dun dun. La película no sería lo mismo sin la banda sonora de John Williams. Esa música tiene una presencia física. Es el tiburón. El crescendo se hace insoportable. Es terrorífica, brutal, siniestra, genial. En muchas partes del film no preanuncia el ataque; es el ataque mismo. Dos notas repetidas con furia. John Williams eligió que uno de los instrumentos fuera una tuba, una decisión poco frecuente. Spielberg, la primera vez que escuchó el tema principal, creyó que se trataba de una broma. Le costó darse cuenta que a partir de ese momento esa música sería el leitmotiv del peligro inminente. Williams creó un tema de dientes grandes y filosos que se convirtió en sinónimo de suspense. Dun dun dun dun.
Tiburón fue el primer gran blockbuster de verano. Su estreno en junio de 1975, 45 años atrás, revolucionó la explotación comercial del cine. A partir de este film, los estudios buscaron dar a conocer sus grandes tanques en esa época del año. Cambió la manera de entender el cine y de cómo se comercializa. Fue la primera película en estrenarse masivamente en cientos de salas, en ser acompañada por merchandising y agresivas campañas publicitarias en la televisión. El resultado comercial (naturalmente el artístico también) fue extraordinario. Se convirtió, en ese momento, en la película más taquillera de la historia.
Dos años después la desbancaría Star Wars la obra de George Lucas, amigo de Spielberg. Con el ajuste por inflación, Tiburón se encuentra entre las 10 películas que más recaudaron en la historia.
Por Matías Bauso. Junio, 2020
Fuente: Infobae.
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