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"Sólo pienso en ti"... La verdadera historia de esta canción que escribió Víctor Manuel San José

«Hey, sólo pienso en ti, juntos de la mano se les ve por el jardín... No puede haber nadie en este mundo tan feliz»



En noviembre de 1978, Víctor Manuel grabó este himno a la tolerancia inspirado en el amor entre dos discapacitados. Ella era Mariluz. Él, Antonio. Hoy, un matrimonio, tres hijos y 40 noviembres después, Antonio y Mariluz están aquí.

Llevan un rato mirándose, quietos, de pie. Están cogidos de la mano y no dicen nada. Sólo se oye un viento breve contra las hojas y de vez en cuando el clic mundano de una cámara. En este instante de silencio, en medio de los dos, una canción se echa a hablar.

Hey, sólo pienso en ti, juntos de la mano se les ve por el jardín...


Son ellos. Mariluz y Antonio. Hacen un gesto y sonríen. Ella se arranca a tararear. Él asiente.

Son ellos. Una mujer y un hombre gobernando su discapacidad, casados frente a tantas cosas, inventores de tres hijos, pareja con horario.

Son ellos. Mariluz y Antonio, los protagonistas reales de “Sólo pienso en ti”, aquella candidatura de Víctor Manuel contra el estigma que es ya el himno colectivo de una era.

La canción se grabó en Milán en noviembre de 1978 y hoy, 40 noviembres después, Mariluz y Antonio están aquí.



«Yo la vi y me gustó. Le dije: 'Si quieres, nos vamos a enamorar'». «Yo pensé lo mismo. Pero le dije que era pronto, que fuéramos despacio».


Él tenía 25 años. Ella, 22. Ya se habían echado el ojo en el centro donde Antonio trajinaba en la carpintería y Mariluz en el equipo de limpieza. Un día ella estaba bordando en el sillón y él se le acercó con la pregunta que inauguró su historia.

Estamos en Promi, la asociación para la Promoción de Minusválidos, como se llamaba antes a estos héroes de hoy. Es un complejo de residencias, pisos y talleres que lleva casi medio siglo dignificando la vida de personas con discapacidad intelectual. Los habitantes de Cabra conocen a los vivos de Promi, sus paseos por el pueblo, la vida en sus bloques de barrio, los productos que trabajan y la cultura que reparten.

«Me gusta hacer teatro. Hice Caperucita Roja y El mago de Oz. Este año hemos hecho una obra de mimos sobre el amor». Mariluz habla más que Antonio. Hay un alzheimer asomándose que lo aleja cada vez más del presente. Así que empecemos por el pasado.


"Ella fue a nacer en una fría sala de hospital. Cuando vio la luz su frente se quebró cómo cristal... Porque entre los dedos, a su padre Mariluz se le escurrió".

Fue hace 63 años, un 2 de marzo, en Córdoba. El golpe contra el suelo provocó un daño cerebral que acompañará a Mariluz hasta que muera.

Mariluz Castro Jiménez, niña distinta, cosa a esconder, carne de cañón. «Mi padrastro era un rayo encendido. Quería aprovecharse de mí y le metí una patada en sus partes». La cría fue aparcada en varios centros de Sevilla y un psiquiátrico de Córdoba, pero no todos eran un abrigo. «A finales de los 70, don Juan, el fundador de Promi, fue reclutando personas de otras residencias donde las cosas no se hacían bien. Veía en qué condiciones vivían y su falta de integración y se las traía a Promi. Y entre ellas estaba Mariluz. Entró aquí el 3 de noviembre de 1977». Habla Plácido Carrasco Navarro, uno de los cinco psicólogos y psicólogas de la asociación, mientras caminamos junto a residentes intrigados por la presencia de dos tipos con cámaras y un bloc.



"Él nació de pie, le fueron a parir entre algodón. Su padre pensó que aquello era un castigo del Señor. Le buscó un lugar para olvidarlo..."

Y siendo niño, Antonio conoció el sabor de la diferencia. Todo había empezado hace ahora 66 años, un 31 de enero, en Antequera. «En mi pueblo todos me llaman Miguel».


Miguel Antonio Roldán Molero se crió criando cabras, gallinas, vacas, una vida rural sin escuela, una infancia abrupta. «La situación con algún familiar se hizo insostenible y todas las partes pensaron que lo mejor para Antonio era vivir en Promi. Llegó el 1 de octubre de 1977», cuenta Plácido. «Yo fui de los primeros en entrar aquí. Vine con un primo mío. No me arrepiento. Soy feliz».

Con Mariluz y Antonio en Promi, el destino se puso a trabajar.


En el comedor les sientan separados a comer. Si se miran bien...

Mariluz y Antonio se enamoraron, hormigas por los pies. Se veían en los talleres de ultracongelados o en las tareas comunes, se hablaban «como novios», salían a pasear por el jardín.



Víctor Manuel se topó en el Diario de Córdoba con un reportaje sobre Promi, hombres y mujeres viviendo y trabajando juntos. Y entre ellos, dos que eran uno. "Sólo pienso en ti".

Al cabo de un tiempo, Mariluz y Antonio pensaron en casarse, la segunda revolución de sus vidas. Y de las de otros. «Si ya era extraño que se aceptara la relación de dos personas con discapacidad, imagínate el matrimonio», evoca este psicólogo militante en los derechos de los humanos.

La pareja se lo contó a don Juan. «¿Cómo iba yo a oponerme a su amor? Me pareció muy bien, pero había que saltar muchos obstáculos». Es Juan Pérez Marín, don Juan, como lo llaman aquí. Este médico andaluz aún se deja caer muchos días por Promi, como un padre eterno, como un abuelo en forma. Su hijo, Juan Antonio Pérez, preside ahora todo esto, un latido de profesionales y residentes capaces.

- Yo le pregunté al cura: 'Si Mariluz y yo nos casamos, ¿usted nos casa?'.

- ¿Y qué dijo el cura?

- ¡Que sí!


Pero el asunto no era tan fácil: España, años 70, una boda entre «retrasados mentales»... Nació un calvario de permisos, el esfuerzo de los argumentos, las ocho letras de libertad, una lucha para convencer al mundo. Y a la Iglesia.

Plácido relata que el cura, el fundador de Promi y la pareja viajaron hasta el arzobispado de Córdoba. En eso, Mariluz nos sonríe y se acuerda: «Tuvimos que declarar nuestro amor ante el obispo para que nos dejara casarnos».

En la capilla, que hoy sigue guardando susurros para Dios, no cabía un alma aquel 24 de enero de 1982. Todos los compañeros, los amigos, los trabajadores, las familias... Ahora pedimos a Mariluz y a Antonio que entren en la capilla y posen en el mismo lugar.

- ¿Os volveríais a casar?

- Yo no.

- Ni yo. ¡Así estamos bien!




Antonio y Mariluz se fueron a vivir a un piso tutelado por la asociación. «Cuando volvíamos del trabajo en Promi, yo guisaba y limpiaba la casa. Antonio sabía hacer migas». Y entonces Antonio nos rescata la receta rescatándose la memoria.


El amor y el sexo trajeron al mundo a tres niños: Juan Manuel y los gemelos Francisco y Antonio. Mariluz los amamantó como una madre clueca. Antonio dice que se les daba bien. «A las cinco, yo los recogía del colegio, los bañaba, y Mariluz ya tenía el trabajo hecho».

Pero la convivencia no fue todo lo buena que ellos habían imaginado. Al cabo de los años, se decidió que lo mejor era ceder los hijos en adopción. Los tres críos se fueron a vivir con una hermana de Antonio.


«La familia de Antonio es muy buena, es como si fuera la mía. Hablamos con nuestros hijos por teléfono y a veces los vemos. Ahora vamos a pasar juntos la Navidad».

Antonio y Mariluz tenían unos planes con sus hijos pero la vida escondía otros. A ella aún le pellizca la separación. Él empieza a no acordarse. Es un tema delicado para ellos, un territorio de amor y dolor. No les preguntamos más.

La pareja de esta historia, los versos vivientes de esta canción, siguió trabajando. Carpintería, cocina, jardinería, manualidades... «Mira, aquí descargábamos los camiones», dice Antonio en una ráfaga de realidad. «Yo hacía salmorejo ahí dentro. Ahora lo hacen las cocineras», suelta Mariluz señalando las cocinas.


La vida fue pasando parecida a la de los demás. Antonio y Mariluz vivían juntos, iban a trabajar a Promi y volvían a casa. Pero el deterioro cognitivo hizo de las suyas y hace algunos años que ya no comparten techo. Mariluz duerme en una residencia clavada en un barrio de Cabra y Antonio en otro pabellón situado un poco más lejos del centro el pueblo.

Pero de nueve a cinco y media no se separan.


Estamos en el presente.

Parecen tan pareja que Mariluz le echa una bronca a Antonio por fumar y él se la traga pero sigue soltando humo. «Mando yo», dice el pícaro, riéndose.

Los fines de semana pasean por Cabra. «Merendamos, compramos cosas en los chinos y damos un paseo hasta la Virgen de la Sierra. Somos creyentes, sí. Bueno, lo justito».

Mariluz está a gusto y empieza a legarnos unas píldoras de sorna, un discurso salpicado con humor y una mueca cómplice. «Una vez estuvo aquí la reina Sofía. El marido no vino».

Y cuenta que dieron un paseo con su majestad y que le regalaron una mesa de ajedrez hecha por todas. «Otro día vino Vicente del Bosque. Llovía a mares».




- ¿Os gusta el fútbol?

- Yo soy del Málaga, dice Antonio.

- Yo soy del Córdoba, dice Mariluz.

Antonio no sabe leer, pero por la noche se sienta en un sofá y mira las revistas. Mariluz dice que le gustan los libros de aventuras. Y el teatro. «Me recuerda mi infancia, cuando hacía obras de pequeña. Me gusta maquillarme, y los nervios del escenario. Me gusta cuando actuamos porque nos relacionamos con gente. Ese día convivimos con las familias, hacemos paellas y nos damos premios. A mí me dieron el del club de los 40 años y a Antonio uno por jubilarse. El teatro y todo eso es por la integración. Yo me siento feliz».


Mariluz volverá a serlo el lunes. El 3 de diciembre, Antonio y ella encarnarán la jornada La diversidad funcional como ejemplo de vida, un desvelo más para mostrar la capacidad de la discapacidad. «Vamos a ir a los colegios para servir de ejemplo de que nosotros somos como los demás. Alguna gente mira mal a los compañeros y eso no me gusta. Todos tenemos dificultades, todo el mundo tiene defectos. Pero todos somos personas. En el fondo, los que se creen más listos son iguales que nosotros. Queremos que nos miren como a los demás. Somos capaces de hacer cosas, cada uno lo que puede». A Mariluz debe parecerle que este minuto de palabras le ha quedado muy serio y nos colma con otra carcajada. «Cada uno tiene su capacidad. Yo la tengo en la frente, por no decir otra cosa...».

Nos batimos a mandíbula riente.


Cuando les preguntamos si les interesa la política, Mariluz nos informa de que ve las noticias en Canal Sur. «Al Gobierno se le va la olla. Son todos iguales. Nosotros siempre hemos votado, pero este año que no cuenten conmigo». Ea.

Por la tele va a entrar otra humorada de mujer. «Antonio ve toros cuando los echan por la tele. A él le gustan desde pequeño. A mí los toros, regular. Lo que me gustan son los toreros».

Ahí está el ingenio, el latigazo de la risa. Una de las capacidades. Como la de sus manos, las gruesas de Antonio tras una biografía de animales, pesos y maderas, y las moderadas de Mariluz, con ese currículo de fogones, tejidos y algunas bayetas.

Ahora tocan «las aceitunas». Con una bata y un gorro blancos, Antonio, Mariluz y un puñado de residentes pueblan una de las tareas del centro. «Mira, coges la almendra y la metes en la aceituna», explica Antonio con energía, como quien sabe hacer algo bien y se lo cuenta a otro que nunca lo hizo. Aquí todos trabajan los pedidos que hacen las empresas, horas que suman sueldos y que les sirven para sentir que sirven.


Una vez estuvieron en Huesca, en una fiesta con Víctor Manuel. «Hace muchos años vino aquí para conocernos. Le queremos mucho».

- Y eso de la canción, ¿qué os parece, Mariluz?

- Muy bien. Un día, una mujer nos puso la canción y nos dijo que éramos famosos. Pues muy bien. Se llama "Sólo pienso en ti". Es muy bonita. Cuando la oímos, yo siento mucha alegría de que nos la hayan dedicado».



Ellos fueron una canción y una canción fue el principio de ellos. ¿Qué habría sido de Mariluz y Antonio sin esta vida? «Si no fuera por Promi, mi vida habría sido peor. Yo no quería seguir en Sevilla. Me vine con los ojos cerrados. Llevo 41 años y aquí está mi familia. Aparte de Antonio, mi familia es Promi».

Parece un eslogan. Igual es el de Mariluz. El de Antonio es «No me arrepiento».


"Ella le regala alguna flor y él le dibuja en un papel"...

Algo parecido a un corazón se adivina en el folio y el rotulador que le damos a Antonio. Después, el fotógrafo vuelve a pedirles que se coloquen bajo un árbol. Y que se alejen juntos de la mano.


Vuelve a sonar el silencio de los ojos de Antonio y Mariluz. Y el chasquido de una cámara.

Plácido está siguiendo la sesión de fotos unos metros más allá del jardín y no se pierde un detalle de los dos. «Míralos, ésa es su verdad».

- ¿Y cuál es vuestra historia, Mariluz?

- ¿Nuestra historia? La de Pepito Zanahoria.




«Qué fortuna la mía, dice Víctor Manuel»

Qué fortuna la mía cuando en un hotel de carretera, en Montilla, hacía tiempo para ir a cantar en Aguilar de la Frontera y me dio por abrir el Diario de Córdoba. Una página completa hablaba de Promi y del hercúleo esfuerzo que estaba en marcha: la convivencia de discapacitados de ambos sexos en un espacio común y la resistencia de las familias a que les procurasen anticonceptivos a las mujeres.También contaban que fabricaban forjas, muebles y financiaban en parte sus vidas. Todo bajo la férrea y sabia mano del doctor Juan Pérez Marín.

Toda esa información entró en mi cabeza como cuchillo en la mantequilla, pero aún quedaba una imagen final que remataba la página: cuando terminaban el trabajo Mariluz y Antonio se agarraban de la mano y paseaban por el jardín. Cuando se editó "Sólo pienso en ti", todas las informaciones se referían a dos chicos con problemas. Cuarenta años después, el esfuerzo de las familias, de las asociaciones, ha dado visibilidad a los discapacitados, también integración y en el mejor de los casos trabajo digno. ¡Qué menos!



Texto de Rafael Álvarez. Fotos: Carlos García Pozo.

Cabra (Córdoba)

Marzo, 2018. El Mundo. es

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