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Salomé Ureña de Henríquez, Poetisa Nacional de la República Dominicana, nació un 21 de octubre 1850

Actualizado: 7 may 2022

Salomé no sólo fue una prominente escritora y educadora dominicana, sino también una gran luchadora por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Es recordada por su duro trabajo en favor de la educación femenina.


Salomé Ureña de Henríquez nació el 21 de octubre del año 1850 en Santo Domingo. Escritora y pedagoga, fue hija del también escritor y preceptor Nicolás Ureña de Mendoza. Su lucha por la igualdad la convirtió en una mártir en su país.


Figura central del romanticismo dominicano y una de las mayores escritoras que ha dado el país, Salomé Ureña fue además la precursora de una nutrida serie de voces femeninas que, ya en el modernismo, hizo de Hispanoamérica una fértil «tierra de poetisas», con protagonistas tan insignes como la argentina Alfonsina Storni, las uruguayas Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou o la premio Nobel chilena Gabriela Mistral, entre otras.




Hija de Nicolás Ureña de Mendoza y Gregoria Díaz de León, Salomé Ureña creció en el seno de una familia culta que propició su formación literaria. A los veinte años contrajo matrimonio con Francisco Henríquez y Carvajal, médico y político que llegaría a presidente de la nación; con él tuvo cuatro hijos: Francisco, Pedro, Max y Camila.

Durante los años 1878 y 1879, Salomé Ureña se dedicó a ampliar su cultura científica y literaria. Francisco Henríquez y Carvajal, admirador del talento de la poetisa, cuyo nombre volaba ya en alas de la fama, la ayudó a completar su educación.


Autora de una brillante obra lírica que, en unión a la de José Joaquín Pérez y Gastón Fernando Deligne, constituye la producción de la denominada "trilogía de los poetas mayores" del romanticismo dominicano, dejó parte de su legado intelectual y artístico en la formación humanística que impartió a sus hijos, entre los cuales destacaron especialmente Max Henríquez Ureña y Pedro Henríquez Ureña, ambos reputados escritores y ensayistas.



En su faceta de escritora, Salomé Ureña desplegó una intensa actividad poética que, enmarcada en los modelos formales y estilísticos de la centuria anterior (sencillez y claridad expresivas, moldes estróficos clásicos y equilibrio propio de la literatura neoclásica), se adentró al mismo tiempo en los tonos románticos de su tiempo y se ocupó, desde sus contenidos temáticos, de los anhelos e inquietudes del hombre antillano de la segunda mitad del siglo XIX. Entre sus principales preocupaciones temáticas figura, en primer lugar, la reflexión ética acerca de la patria, a la que la autora profesa un desmesurado amor que queda plasmado en su consagración al trabajo y a la sabiduría como elementos indispensables para el progreso de su pueblo.


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Animada en su ideal por su compañero de vida, fundó el 3 de noviembre de 1881 el Instituto de Señoritas, primer plantel femenino de Enseñanza Superior en la república, sin duda la escuela de mujeres más importante que ha habido en el país. Fue inaugurado con sólo 14 alumnas. Su consagración al magisterio fue tan radical que prefirió las duras glorias de éste, antes que los laureles de la poesía. Ya lo dijo Hostos: "La mujer quisqueyana no ha tenido reformadora más concienzuda de la educación de la mujer".



El Instituto de Señoritas ofreció un rápido triunfo espiritual, y en abril de 1887 se celebró la investidura de las seis primeras maestras: Leonor M. Féliz, Mercedes Laura Aguiar, Luisa Ozema Pellerano, Ana Josefa Puello, Altagracia Henríquez Perdomo y Catalina Pou. En aquella ocasión Hostos pronunció uno de sus más bellos discursos.

El Instituto de Señoritas fue por largos años dulce y fecundo hogar para sus discípulas. La maestra amada era madre y confidente de aquellas niñas "templadas al calor de sus anhelos". Gastón Deligne lo dijo en versos soberanos:

¡Fue un contagio sublime! Muchedumbre

de almas adolescentes la seguía

al viaje inaccesible de la cumbre

que su palabra ardiente prometía...


Las composiciones poéticas de Salomé, dispersas en hojas volanderas entre amigos y conocidos, o en páginas de periódicos y revistas de la época, vieron la luz finalmente en un valioso volumen recopilatorio publicado bajo el título de Poesías de Salomé Ureña de Henríquez (1880).

Escuela intermedia Salomé Ureña de Henríquez (IS 218), en Washington Heights, New York.


Ya bien entrado el siglo XX, el interés que seguían suscitando los versos de la poetisa dominicana aconsejó una edición de su obra lírica en España, publicada bajo el epígrafe genérico de Poesías (1920), libro al que siguieron otras ediciones tan ricas y exhaustivas como Poesías completas (1950), realizada en conmemoración del primer centenario del nacimiento de la autora.

Abundan en su obra los poemas memorables: A mi hijo y Padre mío, entre los de temática intimista; La gloria del progreso y La fe en el porvenir, entre los de tema patriótico, con acentos en alguna ocasión pesimistas, como en Sombras.

En la naturaleza y el paisaje natal se centran composiciones como La llegada del invierno, que mereció los elogios del erudito español Marcelino Menéndez Pelayo.


La vida de Salomé Ureña de Henríquez se resume en dos hechos esenciales: soñó con el bien de su patria y dedicó sus versos a encaminarla hacia la paz y el progreso. Después creyó que esto no bastaba, y se dedicó a la educación de la mujer. Hay dos momentos culminantes en su vida: el día en que le fue entregada una medalla costeada por suscripción pública como homenaje a la cantora del ideal de una patria mejor; y el día en que se graduaron sus primeras discípulas, prenda de algo que ayudaría a encaminarse por un mejor sendero el destino de la patria.


El angustioso proceso de su muerte se inició en enero de 1897. El día dos regresó de Puerto Plata a Santo Domingo. El día ocho se sintió decaer, y a los quince días se agravaba; la asistían los doctores Ramón Báez, Salvador B. Gautier y J.F. Alfonseca. El esposo ausente llegó de Haití el siete de febrero.

Salomé murió rodeada del cariño de todos, el día 6 de marzo de 1897. Su entierro fue una manifestación cívica. Fue sepultada en la iglesia de las Mercedes.

"Ante su tumba -exclama don Arturo Pellerano Alfau- el corazón se llena de congojas y la palabra se anuda en la garganta" y agrega: "Para su cuerpo es bastante ese lecho de tierra donde va a dormir el sueño eterno, pero para su gloria son ya pequeños los ámbitos de América".

"Mujer de la Biblia", la llamó César Nicolás Penson. Y el grande amigo de la poetisa, el poeta José Joaquín Pérez, recitó conmovido sus más dolientes versos ante la tumba de la excelsa cantora:

Cuanto en su lira enalteció, se inclina;

cuanto su alma adoró con fe, la llora:

apagado está el sol y nada brilla:

todo se desvanece y descolora...


Fuentes: Biografías y vidas, Periódico Hoy, bnphu..gob

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