Blades, nacido en Panamá de la unión de la músico y actriz cubana Anoland Díaz (apellido real Bellido de Luna) y del colombiano Rubén Darío Blades, escribió esta canción autobiográfica que fue publicada en el álbum ·"Bohemio y poeta", producido por Fania Récords. El disco fue uno en solitario después de dos colaboraciones con Willie Colón en los álbumes "Metiendo mano" (1977) y el gran clásico "Siembra" (1978)
Leyendo, buscando y alimentando esta sed de aprender que me lleva a escudriñar cosas, me tropecé con varios artículos sobre la musa de esta canción: Paula Campbell. Les cuento un poco de esta historia de amor que, como dijo él mismo en el concierto, marcó su vida y le enseñó tantísimas cosas. “Paula era la promesa de mi primer amor adulto; me ayudó muchísimo a desarrollarme como persona y también tuvo una buena influencia en términos espirituales sobre mí”, apostilló.
Habla Paula C.
Crecí en Boston, Massachussets, y soy descendiente de irlandeses en Estados Unidos. Mi madre fue maestra; mi padre, doctor en medicina. Soy la menor de cinco hijos. Cuando era joven, mis padres visitaban Cuba frecuentemente y solían traer discos, así que crecí escuchando aquellas fabulosas orquestas cubanas. El mambo era el ritmo de moda de entonces y mi familia solía bailar alrededor de la sala principal de la casa. Creo que el gran Machito tiene una hija llamada Paula, algo me encantaba.
Fui a la universidad y recibí una licenciatura en Literatura Inglesa y Filosofía; posteriormente me mudé a la ciudad de Nueva York.
En un principio me desempeñé como trabajadora social en el oeste del barrio Harlem, pero hacia el final de la década del 70 y principio de los años 80 trabajé para Liberty House, una cooperativa de manualidades que fue creada durante la época de mayor auge del movimiento de libertades civiles, en la década de los años 60. En ese entonces se vendían manualidades hechas por individuos que los activistas del movimiento conocían durante sus viajes por el sur de Estados Unidos. Las manualidades eran maravillosas pero en muchos casos necesitaban ser rediseñadas y mercadeadas para atraer a una mayor clientela, así que trabajábamos con los artesanos para lograrlo. Diseñé una línea de ropa femenina para la tienda, como parte de mi contribución hacia la cooperativa.
Muchos famosos de la época fueron compradores de la tienda, incluyendo a John Lennon y Yoko Ono, Julie Christie y el actor Raúl Julia. Mi Amiga Cathy Hawkins continúa al frente de la tienda como gerente, la cual ahora está localizada en la calle 112 y Broadway.
Conocí a Rubén en Liberty House. Para entonces, la tienda estaba localizada sobre Broadway y la calle 84; él vivía en la calle 86. La tienda estaba ubicada en un edificio que tenía un estacionamiento en una calle lateral. Una de mis amigas, Karen (hija de un campeón de la rumba, debo agregar), también trabajaba en la tienda y para esa época estaba saliendo con un bajista de la orquesta de Mongo Santamaría. Mongo estacionaba su furgoneta allí y algunas veces entraba a la tienda, pues también vendíamos una gran colección de instrumentos musicales africanos.
Estacionar la furgoneta de Mongo era, algunas veces, el trabajo de su amigo Ralphie, todo un personaje que muchas veces, al estacionar, golpeaba la pared, haciendo que toda nuestra mercancía saliera volando desde los anaqueles o estantes. Fue así cómo nos tocó conocer a Ralphie y fue él quien me preguntó si había escuchado alguna vez al cantante panameño Rubén Blades. Le respondí que no.
Aproximadamente dos semanas después, Rubén visitó la tienda para conocer a la ‘muchacha italiana de nombre Paula’ de la cual Ralphie le había hablado diciéndole que se trataba de ‘una de sus más grandes admiradoras’. Creo que sucedió en 1975.
Comenzamos a dar largos paseos por la ciudad de Nueva York.
Punto a favor de Rubén: sabía cómo hacerme reír. Punto a mi favor: me encantaban la salsa y el mambo. Empezamos a compartir cama y techo. Rubén me llevó a conocer su barrio, el de San Felipe, en Panamá. Me presentó a su mamá y me habló de su abuela Emma, las mujeres más importantes de su vida.
Rubén pasó de maniobrar el carrito del correo, componer para otros y atender una llamada de Johnny Pacheco pidiéndole que transportara un instrumento, a brillar en grandes escenarios. Acudió a aquella llamada de Pacheco, contrariando los deseos de su novia: “Creo que no deberías ir”, le dijo.
“Si voy me dejarán cantar, aunque sea en el coro”, le respondió él. Paula admiraba su determinación y celebraba su éxito, que no era lo mismo que la fama. Empezaba a sospechar que la fama es de las peores cosas que le pueden pasar a un artista.
Llegó el día de la gran pelea. Después de que Paula lo echara de su apartamento, Rubén Blades metió sus motetes en tres bolsas de basura y se marchó. Una noche de ese mismo año, 1979, ella estaba escuchando un programa de salsa en la radio. Durante la programación, el locutor anunció un tema nuevo de Rubén Blades: Paula C. Paula subió el volumen y se acercó a la ventana que daba a la calle 82.
Las paredes del apartamento de Paula se transformaron, de repente, en pantallas que proyectaban imágenes de un pasado no muy distante. La melodía le resultaba familiar. Esa melancolía sostenida de la introducción… ¿Acaso era la misma que Anoland, la mamá de Rubén Blades, tocó para ella en una tienda de pianos de Miami?
Es cierto que él le había dicho que le escribiría un tema, pero a estas alturas suponía que ya lo había olvidado. Se dejaba llevar por la corriente ondulante de la canción y le llegaban recuerdos de aquel muchacho.
No había un sentido oculto en la canción. Era la historia de una ruptura y de un reencuentro que en la realidad no duraría. La relación terminó poco tiempo después de que se reconciliaran. Los versos escritos por Rubén Blades en la casa de su amigo César Miguel Rondón no se basaban en la leyenda de dos amantes anónimos: ella era Paula Campbell. Por primera vez en mucho tiempo, escuchaba una composición que él no le había cantado antes, a ella sola, con el único acompañamiento de su guitarra. La escucharía muchas veces; es la dueña del manuscrito original, pero nunca tuvo ocasión de ver a su segundo cantante favorito interpretando la melodía que lleva su nombre.
Cuarenta años después, cuando sale a caminar por el barrio del 'West Side' en Manhattan, donde vive rodeada de sus recuerdos y sus libros, en el mismo apartamento que compartió con Rubén Blades, la gente le sigue preguntando: “Oye, Paula: ¿cómo está Rubencito?”
Fuentes: El Espectador y Maestra vida.
Qué bella historia. 🌹