Mi primer encuentro con la música de Joaquín Sabina fue con el álbum "Física y química".
Me lo presentó el mismo locutor-amigo que me hizo adicta a la música de Serrat: Meny Almonte. Sí, ya lo sé, un poco tarde, pues ya el de Úbeda había publicado siete discos anteriores. Me consuelo con decir que fueron cosas del destino, ya que este disco se publicó el 10 de abril de 1992, fecha en que yo estaría cumpliendo mis 24 años.
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La primera vez que puse piel de por medio con Joaquín no fue sino diez años después en el aeropuerto de Barajas, ahora Adolfo Suárez, gracias a esa bendita-maldita maleta (por lo de Benditos malditos) que se extravió en un vuelo de Barcelona a Madrid. Mientras esperaba que se resolviera ese percance al que le estoy infinitamente agradecida, tuve la dicha de coincidir con el de Úbeda y decirle cuánto lo admiro.
Las cosas surgieron de tal modo:
Después de que Joaquín, quien estaba en compañía de su inseparable Jimena y otra chica, mandara a los periodistas y/o reporteros de Rtve a la misma porra por estar invadiendo su privacidad, como dijo en su momento (esto ocurrió poco tiempo después del ictus), y de decirles que lo dejaran en paz, accedió a tomarse la foto que le había pedido antes de que se enfadara con los reporteros y a la que me había dicho que no.
Al cabo de unos minutos, vino hacia mí y me dijo: "Venga, hagamos la foto, guapa"... Y me dio dos besos, uno por mejilla. ¡¡Qué momentazo en mi vida... Qué regalo maravilloso!!
Mi prima Ery, asustada porque no sabía si había hecho bien la foto que me tomó, estaba que le temblaban las manos. Esto ocurrió un día de julio del 2001
Mi segundo encuentro de carne y hueso con el maestro fue en Guadalajara, México.
Por puro amor a estos dos pájaros (Serrat y Sabina), mi hermana y yo hicimos la larga travesía, una desde Florida y otra desde Nueva York, y disfrutamos inconmensurablemente de un concierto extraordinario, el primero de una trilogía que no se decidiría hasta después.
Por fortuna ya lo escribió Sabina alguna vez: "los amores que matan nunca mueren"... Porque los amamos a morir y sus amores siguen vivos, muy vivos, en nuestros corazones. O por lo menos en el mío.
Tengo que agradecer a Berry, el mánager de los dos, por ser el puente que me permitiera llegar hasta ellos.
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Sabina tiene en su haber veinticuatro discos (entre trabajos de estudio, directos y discos a firmados a medias) en casi cuarenta años de carrera. Son casi trescientas canciones llenas de buena letra que podrían muy bien ser estudiadas en cualquier clase de literatura o gramática. Si lo calculamos en tiempo, con un promedio de cuatro minutos por canción, nos podríamos pasar, aproximadamente, cuatro días y medio -doce horas al día- escuchando este regalo para el alma y este estímulo para nuestro intelecto, motivándonos a aprender con cada canción.
Son aproximadamente 1,200 minutos de música para gente grande, como siempre digo. Ya sabemos cuál será la banda sonora del día de hoy.
Como aquella intrépida cholula argentina de la canción (aunque ésta es dominicana) me fui a Úbeda, la ciudad que lo vio nacer, en septiembre del 2015. También me fui a la Calle de los Relatores #22, a esperar que saliera de su casa, cosa que nunca que ocurrió.
El pasado 22 de septiembre del 2021 estuve esperando, otra vez, a que Joaquín saliera de su casa en la calle. Como ocurrió seis años antes, tampoco bajó.
En mi país dicen: “A falta de pan, cazabe”. Y ya que Sabina no estaba, me hice una foto con el señor que atiende el bar debajo de su piso donde él va con bastante frecuencia. De hecho, noche estuvo hasta las dos de la mañana la noche anterior, el 21 de septiembre. Si yo llego a saber eso…
Y poco más de esta historia de amor con el de Úbeda. Sólo agrego lo que repito siempre:
Yo no sé si los demás lo admitirán en público, pero confieso haber necesitado un diccionario -y seguir necesitándolo de cuando en vez- cuando escucho las canciones de Sabina. Me ha enseñado personajes que desconocía como la "Viudita de Clicquot" y me llevó a las lecturas del evangelio con uno de los versos en "La canción más hermosa del mundo".
No hay que ir muy lejos para darse un baño de cultura. Con estudiar el cancionero de Joaquín es casi suficiente. Y a lo mejor exagero pero lo siento y lo pienso así.
Y yendo un chin más lejos, ojalá y los jóvenes que lo siguen se concentren más en sus letras (y las estudien) que en su irreverencia. Estoy casi segura que les ayudaría con su vocabulario y su ortografía.
Firma, Shayra Ramírez, una sabinera o sabinista empedernida.
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