Chucho Valdés es uno de los cuatro jinetes de la mú- sica popular cubana, los otros tres son: Juan Formell, Adalberto Álvarez y José Luis Cortés. Nació el 9 de octubre de 1941, el mismo día, pero de 1918, nació su padre, Dionisio Ramón Emilio (Bebo), en Quivicán, pueblo de La Habana, que no de Mayabeque. Los hijos de Chucho también cumplen años ese día. Misterios de la astrología.
Al igual que el padre, Chucho es de esos grandes músicos cubanos completos: maravillosos instrumentistas, compositores, orquestadores y directores de orquesta. En esa lista figuran Dámaso Pérez Prado, Antonio María Romeu y Richard Egües, entre otros, pero los Valdés parecen ser los más connotados.
En su trayectoria de más de cuatro décadas, nunca he visto a Chucho perder tiempo en conversaciones de tertulia, en rumores de músicos. Jamás lo he encontrado tomando, fumando, en vida bohemia. Pasó casi la mitad de su vida ensayando, tocando, metido en los misterios de la música.
La última vez que conversé con el maestro, el pasado año, le pregunté –para saber algo de su vida cotidiana– qué hacía, qué comía. Me contestó que era amante de la comida cubana, por supuesto, y de la española; ahora está residiendo en el país ibérico.
También comentó que hacía ejercicios, caminatas y se estaba cuidando mucho.
En sus últimas declaraciones ha dicho que se prepara para una nueva etapa, alimentándose de músicos jóvenes y con nuevos planes para el desafío que se avecina.
Algo que heredó Chucho de su papá es la perseverancia en el entrenamiento musical. Recuerdo los ensayos de la banda Irakere, en diversos momentos.
José Luis Cortés ha explicado sobre esa etapa: “Entro en la banda de Chucho en 1980, con él tuve que estudiar diariamente diez horas, y cuando acababa no podía ni hablar. A veces terminábamos de ensayar, me iba a estudiar y tocaba de noche. Nunca había estudiado tanto. Había que leer a primera vista y tocar lo que estaba en el papel, sin equivocarte.
Irakere fue el gran beneficio de mi carrera, la disciplina en exceso. No entendía por qué razón había que ensayar todos los días la obra “Misa Negra”. Yo pensaba que Chucho se estaba volviendo loco. Pero poco a poco lo entendí y aprendí. Irakere nunca fallaba, ni una nota. Era perfecto... Chucho es una de las grandes figuras del piano mundial, no necesita
tener un grupo, por eso Irakere aparece alguna vez para un concierto especial. Además, el cuarteto le funciona muy bien”.
Este notable creador se acerca a los 100 discos, sus fonogramas se inscriben en una larga lista de nominaciones y Premios Grammy. Para los nuevos tiempos, el ícono del latin jazz (afrocu- bano) se ha preparado mental y físicamente.
Haciendo un inventario de recuerdos, en la primera etapa de Irakere sus integrantes estaban llenos de ilusiones y de sed de triunfos. Este grupo reunió a algunos de los mejores virtuosos salidos de la Orquesta Cubana de Música Moderna (1967). Enfrentaron todo tipo de incomprensiones, eran criticados por el uso de los tambores, de herencia africana, dentro del nuevo jazz, pero siempre fueron muy perse- verantes y, rápidamente, el triunfo les dio la razón.
Chucho y los Irakere estaban predestinados a escalar la cima de la popularidad internacional. La banda estaba demostrando los aportes de la nueva escuela de música cubana que ya empezaba a dar nuevos frutos. Cuba siempre fue meca de la música y también de instrumentistas de muy alto nivel.
Sobrevino aquel decisivo 1977. Providencialmente, en un momento de apertura entre Estados Unidos y Cuba, arriba al puerto de La Habana el crucero turístico “Daphne”, que traía a Dizzy Gillespie y una corte de jazzistas consagrados: Stan Getz, Earl “Fatha” Hines, David Amram, Ray Mantilla, Joanne Brackeen, Billy Hart, Rudy Rutherford, John Orr, Eddie Graham y los cantantes Marva Josie y Ry Cooder. La excursión culminó con un concierto en el teatro Mella.
Con ese impulso, en el mismo año, se presentaron en el Festival de Jazz de Belgrado, el Jazz Jamboree de Polonia.
Sobrevino el gran despegue de Irakere, aparecen los contratos del Festival de Newport 1978 y el teatro Carnegie Hall, para tocar ante Alfred McCoy Tyner, Bill Evans y Mary Lou William. Le siguió el Festival de Montreux (Suiza). La CBS editó un álbum de cinco piezas del grupo, entre ellas “Misa negra” (17 minutos), tomada de sus presentaciones en Newport y Montreux.
Este primer LP titulado Irakere (CBS-EGREM) mereció el Premio Grammy a la mejor grabación de Música Latina en 1979.
En una entrevista de El País, de julio, 2021, Chucho dijo: "Yo aprendí a tocar el piano de oído a los tres años. A los cinco tuve mi primer profesor, Óscar Ruiz, que componía para Celia Cruz y La Sonora Matancera. Un día, yo tendría nueve años, estaba diluviando y yo estaba mirando por la ventana, vino mi padre, me abrazó y me dijo que, si quería dedicarme a la música, tenía que hacerlo muy bien, porque a él no le gustaría que no fuera bueno. Le prometí hacer lo posible para no defraudarle nunca [se emociona].
En 1993 mi papá me escribió una carta. Yo había ido a tocar a Suecia, donde él vivía, y él vino a verme después de muchos años sin vernos. Perdón, voy a llorar. En esa carta me decía que yo había cumplido mi promesa de los nueve años. Ese es mi premio más grande. Ni Grammys ni Nobel. El premio más grande que Dios me ha dado ha sido a mi papá Bebo y a mi mamá, Pilar. Los últimos años con él en Benalmádena fueron maravillosos. Nos reencontramos. Nos sentábamos en su casa o en la mía a tocar a cuatro manos. Grabamos un disco juntos. Conoció a Lorena y a Julián, mi hijo pequeño y su último nieto. Ahí recuperamos el tiempo perdido".
El hijo de Bebo y de Pilar. Así, más que como el pianista y compositor ganador de seis Grammy, gusta de presentarse Dionisio Jesús, Chucho, Valdés Rodríguez (Cuba, 79 años), hijo del mítico Bebo, leyenda de la música cubana, y de su primer esposa, Pilar, cantante y profesora de piano. Orgulloso heredero del arte y el carisma de su padre, Chucho, padre a su vez de seis hijos músicos, reside entre Florida, Estados Unidos, y Benalmádena, Málaga, donde cuidó de su padre durante sus últimos años. Él, por su parte, no piensa bajarse del escenario ni muerto.
Fuentes: El País. El Cultural y Suena Cuba
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