Lo primero que hice al llegar a España fue llamar a Alberto Cortez. Lo hice con el pretexto de pedirle una canción para mi primer disco; pero en el fondo lo que quería era saludarlo, conocerlo, saber cómo era y cómo hablaba ese tipo genial que había escrito “El abuelo”, “Cuando un amigo se va” o “Hay un niño en cada hombre”; el mismo que cantó a Yupanqui con Waldo de los Ríos o le puso música a “Retrato”, de Machado.
Me preguntó desde dónde lo estaba llamando y cuando se lo dije me respondió: “Estás a cien metros de mi casa, si te animás…” Fue el comienzo de una relación que se prolongaría durante toda mi estancia en España. A partir de ese día, yo, que tenía una barba rala, abandoné la máquinita eléctrica de afeitar porque lo vi a él afeitarse con navaja y crema y empecé a hacer lo mismo. También me me puse como meta tener una guitarra Andrés Martín como la que él tenía. Pero sobre todo, comprobé que Alberto era como uno lo imaginaba a través de sus canciones, en las que subyace un aire de añoranza pampeana. Me da un poco de vértigo pensar que cuando esto sucedió yo tenía 20 años y él 29.
¡Ah! Se me olvidaba. La canción que me dio para mi disco se llama “Mariana”. Ahora la voy a escuchar, y por un momento sentiré que él sigue aquí y que no ha muerto.
Palabras de Jairo
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