No volví a ver ni a saber nada, durante mucho tiempo, del ángel que me cambió la vida, que transformó mi forma de vestir, de pensar, de conducirme en tantos y en tan diferentes sitios y ambientes. Tal como me predijo, me hice músico y compositor reconocido.
En pleno apogeo de mi despegue, surgió una demanda en mi contra bastante agresiva de un tal señor De la Rosa, también compositor y que me acusaba de haberle robado los primeros compases de una canción que él consideraba de su autoría.
Gracias a ese señor aprendí que el éxito no viene solo ni es todo dulzura. Aprendí que siempre trae consigo dolores y disgustos y que mientras más brille un cristal, más fácil es empañarlo, ensuciarlo y hasta romperlo. Antes de entrar a una de tan desagradables audiencias del juicio legal, el abogado del caso y ahora también mi compadre, Mario Escalera, me dijo:
-¡Tranquilo, chaparro, estamos a punto de terminar con esto!
Después de los análisis musicales y pruebas de gente reconocida ante el Derecho de Autor, esperábamos el veredicto. De pronto se abrió la puerta del recinto y entró Laura, espléndidamente ataviada. Ante esta mujer tan bella, todos se levantaron. Ella se sentó con toda tranquilidad, dio su nombre, se identificó con su pasaporte y dijo:
-Señor juez. Admiro y quiero al señor Manzanero. No sé hasta donde mi testimonio pueda serle útil pero no quise, bajo ninguna circunstancia, omitirlo.
Abriendo un bolso negro que hacía juego con su atuendo gris, sacó una vieja bolsa de papel, una bolsa que daban en los aviones para que, en el caso de que algún pasajero tuviera náuseas, llegara a más. Mientras la desdoblaba con toda calma, siguió diciendo:
-El señor Manzanero fue acompañante mío durante mucho tiempo.
-¿Su acompañante?, -le preguntaron.
-Mejor dicho, fue mi pianista. En un vuelo de regreso de algún lugar del norte, hace ya varios años, tomó esta bolsa de mareo y escribió en ella la canción que viene siendo motivo por el cual lo están acusando ahora de plagio.
Dicho esto, Laura se volteó hacia el señor De la Rosa y mirándole directamente a los ojos le dijo:
-Señor De la Rosa, con el tiempo tengo la certeza de que este señor va a escribir canciones que no van a tener parecido alguno con las suyas. Constrúyase usted mismo su éxito. No quiera tomarlo de quien ya lo tiene.
Laura retiró su mirada del demandante y, dirigiéndose a todos, dio las gracias y se despidió. El juez entonces le habló:
-Antes de terminar, señorita, ¿podría leernos algunas frases de la canción?
-Con todo mi amor, señor Juez:
“Adoro, la calle en que nos vimos, la noche cuando nos conocimos
adoro, las cosas que me dices, nuestros ratos felices
los adoro vida mía...”
Jamás agradecí ni me sorprendió tanto, como en esa ocasión, la inesperada aparición de mi ángel, de mi eterna amiga. La demanda, por supuesto, no prosperó. Se hizo justicia. Al salir del juzgado, alcanzamos a Laura y mi abogado fue el primero en hablar:
-¡Gracias por venir, señora Laura!
-Fue un placer, licenciado Escalera.
-Doña Laura –intervine-, ¡muchísimas gracias!
Ella se inclinó para decirme al oído:
-¡Por una chingada, chaparrito, quítame el doña!
Ya en la calle, un lujoso automóvil se acercó lentamente y se detuvo junto a ella. Yo la acompañé y le abrí la puerta trasera. Antes de subirse me dio un beso y me dijo:
-¡Que Dios te bendiga, mi niño!
Con la misma delicadeza le dijo a su chófer:
-Manuel, vamos a la casa.
Por innumerables razones, nunca nos volvimos a encontrar.
Alguien me contó que se había cambiado de ciudad, que se había ido del país.
¿Alguien sabrá?
Pero dondequiera que ella esté, está también una gran parte de mi corazón y de mi tiempo feliz. No tengo ninguna duda de que volveré a verla algún día en algún lugar de este espacio sideral, o de otra dimensión o en dondequiera Dios. Porque seguramente tiene, todavía, muchas cosas que enseñarme; porque hay muchas canciones para compartir, para que ella las cante y yo, su pianista enamorado, la acompañe. Tendré que verla de nuevo porque tengo que decirle que jamás olvidé sus enseñanzas, que sus predicciones se cumplieron y que nunca terminaré de agradecerle todas y cada una de las cosas tan hermosas que me dio y que hizo por mí.
Aunque bien que lo sabe, tengo que volver a verla para recordarle que ella es "Adoro" y "Contigo aprendí"... Que ella es "Te extraño" y "Esta tarde vi llover", que ella es y será siempre "Mía"... Laura, mi Laura, Laura Del Castillo.
Fuentes: Milenio, Clarín & El bolero en España
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