Actriz de cine, teatro y televisión, directora, cantante superventas... Repasamos la larga trayectoria de la carismática artista madrileña.
“Mírenla, hija de una portera y parece que su madre fuera la Duquesa de Alba”. Con estas clasistas palabras se refirió el popular locutor Bobby Deglané a la actriz y cantante Ana Belén el día que la presentó por vez primera al público.
Aquella despierta muchacha de ojos negros, entonces una niña, era natural del barrio madrileño de Lavapiés y adoraba cantar las canciones que le oía tararear a su madre.
Ana Belén —que se llama en realidad María del Pilar Cuesta y hoy cumple 70 años— era más bien pudorosa, pero tenía un gran carisma y se aficionó a apuntarse a concursos radiofónicos infantiles. A fin de cuentas, cantaba tan bien como su admirada Marisol y, aunque no fuese rubia ni tuviera los ojos azules como la niña prodigio malagueña, compartía con ella sus orígenes humildes y las ganas de ayudar a que las vidas de sus padres fuesen mejores.
La madrileña ganó un concurso radiofónico para debutantes a los 11 años y, a los 13, grabó sus primeras canciones. Poco después fue fichada por la productora Época Films, que vio en ella a la posible nueva estrella infantil española y decidió convertirla en protagonista de la película musical infantil Zampo y yo (1965), una cinta con música original de Augusto Algueró y Adolfo Waitzman y dirigida por Luis Lucía, del que Ana Belén no guarda precisamente buenos recuerdos debido a sus malas formas.
Pero, en esa época, el público español parecía ya empachado de críos prodigio y recibió aquel filme con bastante poco entusiasmo. "Firmamos un contrato por cuatro películas, pero como la primera fue un fracaso, no tuve que hacer el resto. Yo no cumplía las expectativas, digamos que era poco graciosa… ¡Fue una suerte!", comentaría años después la propia Ana Belén, que pudo así esquivar el siempre temido cartel de 'otra niña prodigio que con el paso de los años acabará convertida en un juguete roto y traumatizada'.
Como el destino es caprichoso, durante el rodaje de Zampo y yo, el director teatral Miguel Narros le echó un día el ojo a Ana Belén y la animó a estudiar arte dramático en el TEM (Teatro Estudio de Madrid). Cuando fue nombrado director del Teatro Español, Narros decidió montar allí Numancia, de Miguel de Cervantes, y le brindó a la actriz la oportunidad de debutar profesionalmente sobre las tablas.
“A los 15 años, descubrí un mundo impresionante: con toda la represión que había en aquella España gris, el teatro era una explosión de libertad”, apuntaría en una entrevista Ana Belén, que pasó cerca de un lustro haciendo teatro clásico, interpretando personajes de obras como El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, o El rey Lear, de William Shakespeare.
La actriz, dotada de una elegante voz y una dicción perfecta, fue aprendiendo los secretos de un oficio complicado y exigente junto a actores experimentados como Julieta Serrano o Berta Riaza, quienes siempre cuidaron de ella y la ayudaron a tener un pensamiento crítico.
Alma combativa
Después de hacer una serie de apariciones en el programa dramático de TVE Estudio 1, Ana Belén regresó al cine de la mano de Roberto Bodegas, quien tras verla un día actuando quedó prendado de ella y la contrató para actuar en Españolas en París (1971), un premiado drama de la tercera vía del cine español.
La buena racha continuó para Ana Belén cuando Gonzalo Suárez la convirtió en la estrella de Morbo (1972), en cuyo rodaje se enamoró perdidamente de quien hoy día es su marido y también el padre de sus dos hijos, Víctor Manuel, un músico y compositor con quien se casaría en 1972 por contentar a las familias de ambos.
El asturiano, al que Ana Belén admira y respeta profundamente, ha tenido siempre un carácter contestatario, y ambos empezarían entonces a hacer activismo en defensa de la libertad. Por un lado, participaron activamente en la huelga por la que los actores españoles reclamaban un día de descanso en los teatros y, por otro, en 1974 llegaron a alistarse en el Partido Comunista de España, del que se darían de baja ocho años después, tras la aplastante victoria electoral del PSOE.
"Hay un momento en el que te implicas porque sientes que es tu obligación. Y no, no dudé, porque vi a gente a mi alrededor, compañeros, que habían luchado mucho por el colectivo y por el bien común. Me di cuenta que esa gente militaba en el Partido Comunista, entonces proscrito, y yo quería lo mismo que ellos", explicaría en una ocasión la intérprete, que más de una vez fue vetada por significarse políticamente.
La oposición de Ana Belén a la dictadura llevó incluso a que un grupo de extrema derecha pusiera dos bombas en su casa, y en 1973 se armó un lío horrible después de que su marido y ella viajaran hasta México para estrenar el montaje musical Ravos —que aquí no logró pasar el filtro de la censura—. En un momento dado, una revista española recibió un anónimo acusando a la pareja de haber quemado una bandera española durante la representación, algo que les obligó a exiliarse durante unos meses en el país azteca.
La camisa blanca de nuestra esperanza asumió rápidamente que era imposible gustar a todo el mundo. Aun así, acabó convertida en icono de la Transición española (sin buscarlo), y logró ganarse el respeto y la admiración de muchísimas personas de distinto signo político. "Ana rompió aquel estereotipo de la izquierdista fea, antipática y mal vestida", opinó una vez su biógrafo el periodista Miguel Ángel Villena.
En realidad, pocas veces ha dejado indiferente Ana Belén al público español. No lo hizo cuando se atrevió a mostrar los primeros pechos desnudos del cine patrio en El amor del capitán Brando (1974), de Jaime de Armiñán, ni tampoco cuando protagonizó una de las escenas sexuales más fogosas de su carrera en La petición (1976), debut como directora de cine de Pilar Miró.
Auge de popularidad
Poco a poco, Ana Belén se consagró como una de las mujeres más famosas y deseadas del país. Aunque bien podría decirse que su popularidad se disparó después de que le ofrecieran meterse en la piel de una de las heroínas de la adaptación televisiva de Fortunata y Jacinta (1980), una de las últimas superproducciones de TVE, por la que Ana Belén recibió el Fotogramas de Plata a la mejor actriz de televisión por votación de los lectores.
Aquel proyecto, por cierto, lo dirigió el cántabro Mario Camus, que varios años después llevaría al cine La casa de Bernarda Alba y contaría en su elenco con Ana Belén, que encarnó a una de las hijas de la castradora y frustrada Bernarda. Algo que no le costó demasiado, pues poco antes había pasado una temporada interpretando a la hija rebelde en una versión teatral de la tragedia lorquiana.
A lo largo de los años ochenta, Ana Belén se erigió en artista todoterreno capaz de hacerlo todo bien. Lo mismo la veías recorriendo España con alguna gira teatral interesante como la encontrabas regalando los oídos de los asistentes a sus conciertos con temazos como La puerta de Alcalá, un himno a la ciudad de Madrid que en 1986 alcanzaría el número uno de las listas de éxitos musicales.
O bien veías de pronto su nombre en la codiciada lista de actrices nominadas al Goya por su trabajo en cintas como Miss Caribe (1988), donde dio vida a la improvisada propietaria de un burdel flotante, o El vuelo de la paloma (1989), una comedia ácida dirigida por José Luis García Sánchez e inspirada en Madame Bovary.
Debut como directora
Ponerse detrás de la cámara nunca había estado entre los planes de Ana Belén, pero los productores pensaron un día en ella y le propusieron estrenarse como directora adaptando la novela Cómo ser mujer y no morir en el intento, de Carmen Rico Godoy. A pesar de ser algo dubitativa, Ana Belén aceptó el reto y la cosa salió redonda, pues la película —que fue mal recibida por la crítica— se convirtió en la más taquillera del año 1991 y logró el Premio Ondas a la mejor dirección.
Tras una apariencia de engañosa fragilidad, Ana Belén atesora una fuerza y una capacidad de trabajo realmente asombrosas. Sólo así se explica que la artista haya protagonizado una carrera tan larga y exitosa en la que uno puede encontrar más de cuarenta películas rodadas, algo que le ha permitido formar parte de títulos clave de la historia del cine español y colaborar con algunos de los mejores cineastas del país.
Uno de ellos, Vicente Aranda, le regaló uno de los mejores papeles de su carrera en La pasión turca (1994), donde Ana Belén daba vida a una mujer de provincias que lleva una vida gris y rutinaria al lado de su marido y acaba conociendo la pasión sexual en Turquía, junto a un lugareño. El filme recaudó más de 625 millones de pesetas, pero el autor de la novela en la que se inspiraba, Antonio Gala, no quedó satisfecho con el producto final y armó la bronca tras verlo.
Poco después de aquel intenso rodaje en Estambul, Pedro Almodóvar buscó a Ana Belén para ofrecerle interpretar uno de los papeles de La flor de mi secreto (1994). La actriz llegó a reunirse con el manchego, pero tuvo que terminar declinando el proyecto porque ya tenía comprometida una gira musical en América y carecía del tiempo necesario para dedicar a los ensayos del filme. Su papel se lo acabó quedando Marisa Paredes.
El posible disgusto se le pasó poco después a Ana Belén recibiendo la medalla de Oro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, y también rodando Libertarias (1996), una cinta con tintes feministas donde le tocó hacer de miliciana anarquista.
El mismo año del estreno de este filme de Vicente Aranda, la incombustible Ana Belén se embarcó en la gira musical española más masiva de la historia con Víctor Manuel, Joan Manuel Serrat y Miguel Ríos. Desde entonces, no ha dejado de hacer teatro clásico y contemporáneo, grabar discos, dar conciertos tanto en España como en Latinoamérica, y recoger galardones.
Sequía cinematográfica y Goya honorífico
Aun así, resulta llamativo que el cine español se haya acordado tan poco en los últimos años de alguien que es pura clase y talento. "Quiero creer que no hay papeles para mujeres maduras en el cine, porque no me gustaría pensar que es que no les gusto", confesó en un alarde de sinceridad Ana Belén, que prácticamente dejó de recibir ofertas tras protagonizar Cosas que hacen que la vida valga la pena (2004) junto a Eduard Fernández, una optimista comedia romántica en la que brindó su enésimo desnudo.
Ya se sabe que la de los Goya es una parcela de deudas pendientes con ciertos actores. Ana Belén, que ha optado al cabezón hasta en cinco ocasiones —cuatro por su trabajo como actriz y una por su labor como directora novel—, albergaba ya pocas esperanzas de hacerse con uno cuando los miembros de la Academia de las Artes Cinematográficas le comunicaron que el Goya de Honor 2017 iba a ir a parar a sus manos por ser "un referente de muchas generaciones y un rostro y voz imprescindible de nuestra cinematografía".
Un merecidísimo reconocimiento para una artista bastante celosa de su vida privada y que quiere envejecer actuando. Ya hace cinco años que Ana Belén estrenó su último largometraje, La reina de España (2016) —una cinta que fue víctima de un boicot después de que su director, Fernando Trueba, declarase al recoger el premio Nacional de Cinematografía que en su vida se había sentido "ni cinco minutos español"—, aunque próximamente regresará al cine de la mano del artista Eduardo Casanova.
Sólo el tiempo dirá si aquel premio honorífico es el único cabezón que va a sostener en su mano Ana Belén, a la que Luis Alegre definió no hace tanto, con toda la razón, como "la artista más completa de la historia de España".
Fuente: Cinemanía
Por Alex Ánder
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