El 17 de octubre de 2020, Miguel Delibes habría cumplido cien años. Si aún se encontrara entre nosotros, si no hubiera fallecido un 12 de marzo del año 2010, ahí estaría -me lo puedo imaginar- sentado en una silla de su casa de Sedano (Burgos) a punto de soplar las velas rodeado de una inmensa familia entre hijos, nietos y biznietos. Puede que con mascarilla o tal vez sin ella, tan dado a esas rebeldías propias de un señor mayor que se sabe huraño desde bien joven. Y la edad le reafirma en sus trece.
Una silueta centenaria proyectando su sombra sobre esos campos de Castilla que tanto amó y que tanto le amaron. Y si esa foto hubiera podido llegar a existir, de estar Delibes para contarlo, seguro que aparecería en este libro que su editorial de siempre, Destino, acaba de publicar para festejar sus cien años. Desde luego, si se cumplieran todos esos condicionales, si celebráramos su aniversario con él entre nosotros, estas páginas, de cuya edición se ha ocupado el periodista Jesús Marchamalo, serían el mejor regalo que el autor de algunos de los títulos más populares y vendidos en las largas décadas de la posguerra y de la Transición española pudiera recibir con una sonrisa socarrona en los labios.
"El libro de Delibes. Vida y obra de un escritor", tiene todo lo bueno de su protagonista y todo lo malo, que, en el caso de un hombre bueno (a decir del poeta) como Delibes, apenas se resume en una parquedad castellana, hasta la médula, de su vida y de su obra, de su escritura. Jesús Marchamalo, quien además es el comisario de la exposición conmemorativa que ha inaugurado hace unas semanas la Biblioteca Nacional, nada nuevo nos descubre, pero todo lo que cuenta lo hace con un orden y concierto que se agradece y que se lo agradecerán aquellos lectores a los que Delibes les suene a eco del pasado más gris de una nación llamada España: de los años de fuego, hambre y miserias varias.
Marchamalo desgrana la vida y la personalidad del autor en una serie de capítulos y a lo largo de una extensísima selección de fotografías personales que nada se dejan en el tintero, que nos lo presentan como lo que fue y también como lo que debería ser, o debería estar considerado, a estas alturas de la historia. Por ejemplo, ahora que tanto se habla de la España vacía, de la vuelta a lo rural, de «la vida de campo», no vayan a buscar nombres en el presente más inmediato como adalides de la noble causa. No, porque Delibes ya estuvo allí para contarlo y describirlo en sus obras o para reivindicarlo desde las mismas salas de reuniones de la RAE, donde ingresó en 1975, unos meses después de la muerte de su esposa Ángeles de Castro. Como reconoció en alguna ocasión, «hasta ahora les he llevado un poco de aire fresco, con mis pájaros sobre todo».
Humilde, sencillo, reflejo de una vida de provincias que él asume como propia pero que también denuncia en su oscurantismo -sin mayores aspavientos ni heroísmos- en la larga lista de títulos publicados por los que recibe, entre otros, el premio Nadal y el Nacional de Narrativa, y en su hacer periodístico en El Norte de Castilla, a vueltas con la censura. En definitiva, un trabajo hecho con la misma sencillez con la que se teje la personalidad y la escritura del mejor Delibes, en cuyas páginas emerge entre retazos de sus propias palabras e imágenes del discurrir más íntimo. El hombre al que le gustaba llamar las cosas por su nombre. Sin más.
Sus títulos (libros) vistos por él mismo
«La sombra del ciprés es alargada»
"El premio Nadal lo recuerdo con ilusión. Me abrió todas las puertas. Me sancionó como escritor".
«El camino»
"Es La primera de mis novelas que yo acepto como mía. Las dos primeras fueron de aprendizaje".
«Las ratas»
"Este hombre me pareció un símbolo de la Castilla de entonces y lo erigí protagonista de mi novela".
«Cinco horas con Mario»
"El monólogo de esta mujer y los reproches al marido darán por el gusto a los censores".
«Los santos inocentes»
"He tenido mucha suerte con las películas que se han hecho de mis novelas. Y ésta, la mejor".
Fuentes: ABC y El Mundo
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