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José Rómulo Sosa Ortiz, nacido en Clavería, Azcapotzalco, es el cantante latinoamericano con mejor técnica interpretativa y mejor control de voz, a mi modo de ver. A este hombre no se le escucha ni respirar entre las notas de una canción... Y ese color de voz tan maravilloso que le regaló la naturaleza es de envidiar. Es un cantante que heredé por transitividad, pues es, junto con Raphael, el cantante favorito de mi madre.


Nacido en una familia de músicos, José comenzó su carrera musical en su adolescencia tocando la guitarra y cantando serenatas. Más tarde se unió a un trío de jazz y bossa nova donde cantó y tocó el bajo y el contrabajo. José encontró el éxito como solista a principios de la década de 1970, demostrando su habilidad vocal con una impresionante interpretación de la canción «El triste» en el segundo Festival de la Canción Latina celebrado en Ciudad de México en 1970.



Con este tema subió a las listas latinas de popularidad durante esa década. Habiendo logrado el reconocimiento como baladista, su canto obtuvo la aclamación crítica universal de sus pares musicales y medios de comunicación.

Cuando José José murió, el público saturó las redes sociales dándole el último aplauso.

El luto le pertenece, sin duda, a una generación anterior. José José fue protagonista y figurante de sueños románticos y eróticos de quienes crecieron ante el poder de la radio y televisión... Hegemonía de los años setentas: el PRI, Telesistema Mexicano y rubias platino, peinadas y laqueadas.


En nuestros tiempos líquidos y breves, Pepe Pepe debe su inmortalidad contemporánea al video YouTube que comparte, de manera gratuita, su momento de gloria: “El triste”, interpretación arrogante e inocente en el Festival de la Canción Iberoaméricana – origen arqueológico del OTI – que rompió las aguas del Nilo para decir “aquí estoy”.

Nadie como José José para encarnar el proceso de éxito y degradación donde voz y sensibilidad sucumben a la tentación del placer y la carne, sin posibilidad de redención.

Sobraba talento, faltó disciplina.




A diferencia de Juan Gabriel, Camilo Sesto o Rocío Durcal, capturados en célebre fotografía viral, José Rómulo Sosa Ortiz puede ser considerado un mártir del Gólgota farandulero. Aún en 2015, con diabetes, enfisema y las consecuencias de excesos etílicos, continuó presentándose en vivo.

Sabíamos de su muerte, ocurrida al menos, 15 años atrás, cuando ya no era posible hacer nada por él, por su tesitura e infantil aspecto: el principito, a lo Saint Exupery (mucho antes de Gustavo Cerati, si’l vous pleit).

Ha llegado el momento de rendir homenaje a uno de los máximos intérpretes populares de la canción. Esta es la lista de las canciones que deben ser recordadas hoy y siempre.

“Cuidado”, de Chico Novarro, 1969. El primer trabajo discográfico de José José. Genial interpretación. “Del altar a la tumba”, de Manzanero, 1969, revela el espíritu romántico del XIX que convirtió a la figura de José José en el cantante perfecto.


“Buscando una sonrisa”, de Jonathan Zarzosa. 1971, contenida en álbum ya dentro del triunfo inexorable. La melodía sirvió como plataforma de lanzamiento para su película, con el mismo título. “Mi niña”. De Scottie Scott, 1970. Esta maravillosa canción está disponible en el álbum "El triste", con arreglos de Chucho Ferrer, heraldo del genio interpretativo que se adueñó del escenario.

“Divina ilusión”, de Chopin con letra adicional de Enrique Quezada, año 1975. Por si quedan dudas acerca de la conexión entre José José y el alma del romanticismo decimonónico: “Siento que mi alma se desgarra, pues le faltan las caricias y los besos de tu amor” y esos coros a lo Va Pensiero, digo.

“Paloma”, de Roberto Cantoral, 1975, un tema introductorio de telenovela legendaria: fino erotismo y letra sensual. “Gavilán o paloma”, de Rafael Pérez Botija, 1977.

Aunque esta canción fue lanzada por Pablo Abraira, en realidad le pertenece a José José. Inolvidable debate: ¿se trata de un travesti? ¿es una experta en la cama que inhibe al primerizo?, “Sólo me dio frío tu calor”, frase polémica... Hasta hoy.

“Ya lo pasado, pasado”, de Juan Gabriel, 1980. Es verdad, se convirtió en el himno: “me los chingué”, de la Juanga, pero la interpretación del príncipe de la canción no tiene comparación.

“La nave del olvido”, de Dino Ramos, 1970. La conjugación de valores creativos – Armando Manzanero, Roberto Cantoral y los arreglos de Eduardo Magallanes y Chucho Ferrer – le dieron al jovencísimo José José el lugar indiscutible que nadie le arrebatará.

“El triste”, de Roberto Cantoral, 1970. El príncipe de la canción entra por la puerta grande. El video YouTube no deja lugar a dudas: Angélica María con lágrimas en sus ojos, Marco Antonio Muñiz y su boca abierta, Alberto Vázquez avasallado, Andrés García en busca del abrazo vanidoso y el de la pandereta, que no puede evitar el deseo de tocar al nuevo semidios.

"Si me dejas ahora mi espíritu se irá tras de ti, cabalgará día y noche sintiéndose soñador y Quijote".

Nada más, y nada menos.


Por Horacio Vidal de Crónica sonora.

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Sentado en su sofá de piel marrón y rodeado por un halo de humo que le envuelve, Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) mira nostálgico los tejados del centro de Madrid. No ha pisado la calle en toda la pandemia. Sólo para casarse con Jimena, el amor de su vida. Pero, desde la reclusión en su piso no ha parado de escribir sonetos para sobrellevar estos meses. "A mí todas esas cosas de la meditación trascendental, el zen y el encontrarse a uno mismo, nunca me han interesado nada. Lo que hago para ayudarme, aunque a veces me inmole, es escribir", comenta mientras se enciende otro cigarrillo. A pesar de todo, está feliz. Ha sellado su amor con la mujer que le ha querido incondicionalmente durante los últimos veinte años y la lesión en el hombro, fruto de un tropiezo en su último concierto en el WiZink Center, ya es historia.


Su salón lo preside un traje de luces de purísima y oro, manchado de sangre, con el que le obsequió José Tomás por su sesenta cumpleaños como homenaje a su canción. Sabina remueve sus recuerdos agitando una copa de tequila. Todavía hoy sigue siendo “el mejor regalo” que le han hecho nunca. Lo mira henchido mientras reconoce “con una vanidad que no debería tener” que "De Purísima y Oro" es la canción que más le emociona y de la que más orgulloso se siente: “Un día cantando en Barcelona, ‘la Jime’ [Jimena Coronado] vio llorar a Serrat escuchando esta canción. No he tocado ni una palabra de la letra desde que la escribí”. Aunque casi nunca la toca en directo y jamás lo ha hecho en Latinoamérica, también es la ‘hija’ predilecta de algunos de sus mejores amigos. Siempre le pedían que la cantase en las interminables comidas que hoy echa tanto de menos: “Me muero de ganas de abrazar a la gente, de hacer unas sobremesas interesantes con whisky o tequila”.





Para el cantautor, "De Purísima y Oro" huele “a rancio, a Chicote y al humo del incienso de los pasos de Semana Santa”. Repleta de metáforas, símbolos y referencias de una España ya pasada, este tema, incluido en su disco 19 días y 500 noches, denuncia la represión de la dictadura y retrata magistralmente los peores años de la posguerra. Lo hace a través de los recuerdos infantiles que permanecen intactos en la memoria del cantautor y de lo que representó para un niño vivir todo aquello. Hoy Sabina cree que los rencores de la Guerra Civil se superaron con la Transición y la Constitución del 78, aunque no definitivamente: “A partir del Gobierno de Zapatero, volvió esa historia de buenos y malos, de las dos Españas, y una crispación y un sectarismo que abomino absolutamente y que me tiene muy preocupado”. Tanto que, reconoce con socarronería, de lo único de lo que no hablaría en una canción sería del actual Gobierno: “Será el primero de coalición, pero es un tema que no me interesa nada”.


“Un anillo y unas medias de cristal”


De joven, sin embargo, sí que le interesaba la política y eso le llevó a tener que exiliarse a Londres, truncando para siempre su destino de ser un profesor de Literatura de provincias “como Antonio Machado”. Cuando nació, a finales de los cuarenta en una familia de clase media que no pasó hambre, “pero sí estrecheces”, Manolete ya había cuadrado al toro en la plaza de Linares —a veinte kilómetros de Úbeda—, habían pasado los nacionales y habían rapado a la señá Cibeles. En aquella corrida en la que perdió la vida el torero estuvo presente su padre, el inspector de policía Jerónimo Martínez. “En mi casa se respiraba nacionalcatolicismo”, explica sobre su infancia, “mi padre había sido seminarista y había hecho la guerra con Franco, y mi madre, una señorita de Huelva y católica hasta la náusea, fue madrina de guerra. Como digo en la canción, un anillo y unas medias de cristal era lo que las señoritas solteras de entonces soñaban. Ese verso lo resume todo”.


Aunque no lo parezca a primera vista, De Purísima y Oro, como algunas de las mejores canciones de su repertorio, también es una canción de amor. Cuenta la historia imposible entre el torero Manolete y la “guapísima” actriz de la época Lupe Sino. Una relación frustrada, de nuevo, por las heridas de la guerra, que a Sabina le atrajo desde el principio. “Ella había estado con la República y en el entorno de Manolete nadie la quería. Les parecía que era una cualquiera que venía a llevarse el dinero del torero, pero él se enamoró de verdad. Creo que se habrían casado si a Manolete no le hubiese pillado un toro. Ni siquiera la dejaron entrar para despedirse de él cuando se estaba muriendo”, explica el poeta.


“¿Esta canción avergonzaría a Javier Krahe o le gustaría?”


Escribió cada estrofa de esta canción “sin dormir y muy apasionadamente”, con una entrega con la que, reconoce, no ha vuelto a trabajar nunca. Fueron muchas noches en vela para componer uno de los discos más inmortales de su trayectoria, en el Madrid de finales de los noventa. “Aquella madrugada”, recuerda, “escuché en la radio un cuplé de Celia Gámez, el ‘¡Ya hemos pasao!’ y me vino a la cabeza el grito republicano ‘¡No pasarán!’. Oí las dos canciones seguidas y me pareció tan duro que pensé que tenía que explicar cómo fueron aquellos años”.


Aunque para componer siempre prefirió los bares de noche —como en los que empezó a tocar en la capital británica—, hace ya mucho tiempo que escribe en soledad: “Al principio, me gustaba componer en un bar rodeado de gente que no me hiciera caso, pero cuando empecé a ser conocido eso cambió. Hubo una época, durante tres o cuatro discos, que viajaba a una ciudad rara, Praga por ejemplo, y me iba por la noche a un bar a escribir sin que nadie me diera el coñazo”. Es exigente y perfeccionista y, todavía hoy, cuando termina de componer un tema, se sigue haciendo la misma pregunta: “¿Esta canción avergonzaría a Javier Krahe o le gustaría?”.


"De Purísima y Oro" no es la más coreada ni la más conocida, pero también era la preferida de su maestro, Krahe, fallecido hace cinco años de un infarto. Sabina la ha tocado en directo en contadas ocasiones porque la mayoría de las palabras de la letra están en desuso y teme que no se llegue a entender del todo: “No soy tan egoísta como para cantar canciones que sólo me emocionan a mí si no puedo emocionar al público también”. Aunque siempre la ha reservado para momentos especiales, como aquel concierto en 2018 en el que tuvo que abandonar el escenario al quedarse repentinamente sin voz: “Notaba un problema en la garganta y me fui sin hacer bises, pero, antes de bajarme, canté "De Purísima y Oro". Recurro a ella en los momentos más emocionantes, en los que más se juega uno la vida”. Academia de corte y confección, sabañones, aceite de ricino…


Historia de una canción. Por Eva Baroja.

El Diario..es 7 de enero de 2021

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Aunque ellos no lo sabían, después de Yo, mi, me contigo, el trío sabinero – Pancho Varona, Antonio García de Diego y, claro, Joaquín Sabina – tardaría seis años en volver a reunirse, hasta Dímelo en la calle (2002). Para 19 días y 500 noches (1999), Sabina prescindió de sus cómplices habituales a favor de Alejo Stivel y, tras retomar relaciones, padeció el famoso marichalazo, en el que el jienense sufrió un ictus cerebral la noche del 24 de agosto de 2001. Todo ello cambió la vida de Joaquín Sabina y, obviamente, también su forma de trabajar.



Por lo tanto, Yo, mi, me, contigo fue el último álbum de Sabina elaborado “a la antigua usanza, los tres juntos en jornadas maratonianas”, rememora Pancho Varona. Antes de entrar a grabar, se fueron al estudio de El Cortijo, en Málaga, en diciembre de 1995. Allí se compusieron El rocanrol de los idiotas, Contigo o 6 de la mañana.


“Yo me deprimía un poco levantándome a las siete de la tarde y viendo que era de noche. ¿A ti no te pasaba?”, le pregunta Antonio García de Diego a Varona: “No, yo me llevé a mi familia y estaba encantado; componiendo y a la vez con ellos”.








EL ENGRANAJE DE LA FACTORÍA DE CANCIONES


El trío sabinero funcionaba en los años noventa a la perfección, en grupo pero con una eficaz división del trabajo: todo empezaba con una letra salida del torrente mental de Sabina, a la que Pancho Varona, solo o en su compañía, añadía música. “Después se la dábamos a Antonio para que le metiera mano”, cuenta Varona. “Los arreglos son todos suyos y es muy responsable del sonido final de Joaquín. Ha sido el director musical, un cargo que no está en los créditos, pero él sabía cómo tenía que sonar la canción mucho antes que yo o que el propio Joaquín”.


Tal era el derroche creativo, que una misma letra podía cambiar de música en cuestión de horas. Así ocurrió en la génesis de dos temas de Yo, mi, me, contigo: “La música de Es mentira fue la de la primera versión de Contigo”, revela Varona. “Se puede probar a cantar la primera frase de Contigo, “yo no quiero un amor civilizado” con la melodía de Es mentira. Pero Joaquín pensó que la letra de Contigo se merecía otra música más bonita, más tipo balada. Y me dijo: “No te preocupes, que te escribo otra letra para esta música”, e hizo Es mentira”.


Pancho Varona puede atestiguar lo laborioso – y fértil – del proceso de grabación de Yo, mi, me, contigo: “Hace poco estuve pasando a digital muchas cintas de aquellas sesiones y he visto que podíamos tener hasta ocho versiones diferentes de cada canción”.


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LA FIESTA CONSTANTE


Yo, mi, me contigo también se trabajó, además de en El Cortijo, en la casa de Joaquín Sabina, en una esquina de la madrileña plaza de Tirso de Molina, donde surgieron temas como Aves de paso. Posteriormente, allí se han preparado la mayor parte de los últimos discos, como Dímero en la calle o Alivio de luto (2005).


Pero desde mediados de los noventa hasta el marichalazo de 2001 fue la temporada que la leyenda ha retratado como de fiesta-continua-en-casa-de-Sabina. Así es cómo lo recuerda Pancho Varona: “Cuando Joaquín no ha tenido novia, iba de bares, pero cuando la tiene, deja de ir, porque sabe que no puede ligar. Y entonces estaba con Cristina Zubillaga, que era muy divertida pero no probaba las drogas y no podía soportar que la mitad de la gente que estaba por las noches en su casa fueran camellos. Se dejaban guitarras por el suelo que luego alguien pisaba, la puerta estaba abierta, igual te encontrabas por la mañana a un taxista que se había enganchado a las seis de la mañana… Había unas 15 personas cada noche allí”. Aun así, Varona le resta espectacularidad al asunto: “Joaquín estaba metido en una espiral, pero tampoco fue tan salvaje. Es más la leyenda que otra cosa. Han salido tantas canciones de aquella época que el bien ha sido mayor que el mal”.



LA CONEXIÓN LATINOAMERICANA


La lista de músicos que participan en Yo, mi, me contigo es significativa de la deriva de Joaquín Sabina en esos años hacia los sonidos no anglosajones y su descubrimiento, a través de giras cada vez más masivas, de la inmensa riqueza cultural y humana de Latinoamérica.


Así, en los créditos figura el acordeonista Flaco Jiménez, la cabeza más visible de la música tex-mex, aunque su participación en El capitán de su calle y Jugar por jugar no resultó excesivamente relevante (“Flaco estuvo un poco flaco”, bromea Antonio García de Diego). Más peso tuvo la aportación del cubano Carlos Varela, que compuso, cantó (y silbó) Tan joven y tan viejo, o la del amigo canario Caco Senante en Postal de La Habana.


Desde Argentina, llegó el verdaderamente mítico Charly García para Es mentira. “Apareció en el estudio y arrasó, se implicó mucho”, resume García de Diego. El excéntrico rockero argentino apareció acompañado de Andrés Calamaro, que, junto a su grupo de entonces, Los Rodríguez, tuvo un importante papel en Yo, mí, me, contigo. Calamaro cantó en la semirranchera Viridiana, y Ariel Rot, guitarrista y covocalista de Los Rodríguez, compuso tanto ese tema como Jugar por jugar.




Ariel rememora aquella relación: “Nos habíamos conocido cuando los Rodríguez estábamos grabando Palabras más, palabras menos [1995]. Sabina acudió al estudio porque había hecho para nosotros la letra de Todavía una canción de amor. Vino a escucharla y se quedó toda la noche, por supuesto. Allí empezó a crear una extraordinaria corriente de simpatía entre nosotros y surgieron distintos proyectos”. Entre ellos, la participación de Sabina como invitado de Los Rodríguez en un especial televisivo: “Mientras mezclábamos en el plató acabó dos letras y me las dio”, explica Rot, “yo llegué a casa sintiendo que tenía algo importante entre las manos y esa misma noche hice la música de ambas”.



La colaboración entre Joaquín Sabina y Los Rodríguez aún se alargó con una sorprendente gira que les llevó a hacer 30 actuaciones juntos. En ellas, cada noche, el grupo hispano-argentino cantaba el Princesa Sabiniano, uno de los temas con los que habían empezado a ensayar. Pancho recuerda aquel emparejamiento como “una maravilla”. Ariel no se queda atrás: “Para nosotros fue increíble: por estar con Joaquín y porque nunca habíamos hecho una gira de verdad, con un calendario coherente, el mismo equipo, el mismo escenario”. Simbólicamente, también para Sabina fue un paso importante, pues suponía asociarse a un grupo de rock – quizá el mejor del momento - desechando además articipar en El gusto es nuestro, una serie de macroconciertos que reunió a Serrat, Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos, aparentemente más afines al cantante andaluz.


Sabina aclara que su opción por Los Rodríguez no fue el resultado de una meditación sobre lo que le convenía a su carrera. “No soy tan astuto, simplemente me apetecía más hacer rock and roll que integrarme en un concierto estelar que se basaba en un repertorio archisabido. Debo reconocer que tenía un cierto miedo, Calamaro ya era una fuerza de la naturaleza. Además, iba siempre con su cámara. La primera noche se me metió en el retrete, rodándome cuando yo hacía mis necesidades. Para que no haya dudas: estaba cagando. Lo cierto es que no hicimos mucha vida de rock and roll con Los Rodríguez, creo que ni nos emborrachamos juntos. Pero sí tengo la memoria de una gira feliz, con un público muy rockero y muy agradecido. Además, siempre agradeceré a Calamaro y Ariel que hablaran bien de mí desde años antes, cuando no era lo aceptado en el mundo del rock”.


Fuente: Palabras hechas canciones


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