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Joaquín Sabina: Una entrevista sin desperdicios. ¡Cómo me gusta escucharle y leerle!

El cantautor español hace un balance de su vida y de su obra. Fuera de Internet y cada vez más doméstico, habla de su mujer y sus hijas. Esta entrevista es de hace diez años.


Lo mío, más que coleccionismo, es amontonamiento . La frase no se oye bien. Y no podía ser de otra forma si al grabador le tocó arrinconarse en esa mesa ratona, toda invadida por un transatlántico para modelistas.

El mismo dueño de casa ha hecho a la fuerza un lugar a la derecha para su hielera de champán doble apellido y doble botella. Y otro, a la izquierda, para un tótem de paquetes de Ducados. Y sí, en la casa madrileña de Joaquín Sabina se siente uno como adentro de ese barco en miniatura, cruzando ebrio un oceáno que acomoda y desacomoda todo: libros, cuadros, cosas y cositas.

Por Dios, este hombre vive en un anticuario psicodélico. “Este espacio cambia todo el tiempo porque compro algo y lo pongo”, se ríe. “Tengo el síndrome de Diógenes: nunca tiro nada”. Desde "Alivio de luto" (y esto es 2005), sabemos que a Sabina el accidente cerebro vascular le cambió la vida.

Hoy, aquel nómade de bares y prostíbulos que modeló su mito, es un señor de su casa, un poco a regañadientes. Hace diez días cumplió 62 años. “Digo 62 años con una naturalidad de la que carece absolutamente la cifra: ¡que son 62, hombre!

Ahora llevo una vida más tranquila. Y más aburrida también. Uno de mis discursos favoritos era que quería ser un viejo verde que se disfraza de joven y ahora soy un hombre de orden, sí, ¡pero vivo! Si no fuera por mi novia Jimena (la peruana que lo acompaña desde hace más de 8 años), estaría muerto”, admite.


Si la entrevista fuera una canción, en las estrofas veríamos a Sabina oyendo, entre un sorbo y una bocanada. Pero eso dura poco. Los estribillos lo encuentran respondiendo como el gran canta-actor que es, a rastras de una carraspera que cierra siempre en carcajada, valga la aspereza de tanta “erre” que imita su “garganta con arena”. Su humor es excelente y tose risas que definen esas facciones de Manolito devenido Al Pacino.


Antes jugabas a ser el abandonado y, de pronto, fuiste el vulnerable al que protegen, una temática muy de tu ídolo, Leonard Cohen. Pasaste de la figura de la puta a la de la mamá.

Sí, las “Hermanas de la caridad” de Cohen, ¿no? Pero la Jime es más: es mamá, es amiga, es novia, es mánager, se ocupa de Internet y el teléfono. ¡Y es la Gestapo! Yo he abierto heladeritas de hotel y he encontrado un “Jimeno”, que es un whisky con agua, porque ella haría la orden por teléfono al hotel para que lo hicieran, no sé. Pero ya ha llegado más lejos: ¡en todos los hoteles adonde voy ya no hay botellitas de whisky! Con la edad he descubierto los placeres de la clandestinidad.


Si te viera el Sabina del ’85, el de “Whisky sin soda”: ¡lo traicionaste!

-Sí, yo soy un traidor absoluto a mí mismo.


¿Y al público que le gustaría que volvieras a Boca, lo traicionaste? Lo siento, pero no es mi mayor placer llenar Boca. Agradezco mucho haberlo hecho, pero prefiero el Gran Rex. ¡Mi mayor placer sería tocar en Clásica y Moderna! Quiero una relación más amistosa con el público. Que los conciertos no se concentren en celebraciones tribales, ¡pues no van a oír, van a cantar ellos! Prefiero que se oiga la tercera cuerda de la guitarra y la tos, pero te llaman y uno tiene su dosis de agradecimiento y vanidad y dices “¿Por qué no hacer el Luna Park?”


¿Cuesta más salir al escenario?

-Antes de salir, vomito de pánico. Pero vomito de verdad. Ahora, después de terminar, ya fue; no pierdo tiempo en pensar que ese tipo que ha cantado ahí arriba soy yo, porque no lo soy. Por eso me pongo el bombín: para ser otro.


Seguís aconsejando aquello de “Si quieres vivir 100 años/ no vivas como vivo yo”.

-Yo me considero un sobreviviente de muchas cosas. Tenía muchas cartas en contra para no haber llegado ni a los 50. ¡Y he tenido unos grandes bises! Pero me gusta ser más un cantante vivo que un cadáver mítico.


En tus letras y tus notas se ve que fuiste un excesivo bastante rutinario: whisky, cocaína, putas. No probabas todo, ¿tenías límites para experimentar?

-Mis amigos de los 20 y los 30 años fueron víctimas de la gran plaga que fue en España la heroína. Me salvó la cobardía, pero se me moría gente alrededor. Y me salvó que no me gustara la aguja. Y como le dije a Jaime Bayly, "sé que estoy perdiendo algo por no ser homosexual. ¡Soy un repugnante heterosexual. (risas)".


¿La idea de la muerte te tortura?

-Con la idea de la muerte yo me torturo desde los 5 años, pero es verdad que ahora tengo hijas (Rocío y Carmela), y uno se encuentra como un idiota pesando qué legado les deja. Nunca me preocupó el ecologismo, la salud del planeta, pero cuando tienes hijas, te preocupa qué mundo les queda. Ahora me considero un ser responsable, antes sólo quería ser el dueño de mí mismo.


¿Ya te ves abuelo?

-Y tienen veinte años y andan follando como descosidas. Yo les compro preservativos y se los regalo, pero ellas no sé qué hacen (risas).


Para muchos de tus fans serías el padre perfecto, permisivo, con experiencia extremas encima, lo que llamás “el tío zurdo y borrachín”.

-No me siento responsable de mi culto. No me gusta la palabra fan o fanático . No sé si me compran por lo que soy o por lo que ellos creen que soy. Aquí llevo una vida sin grandes problemas en la calle, no tengo coche, camino. Pero en Buenos Aires hay un 'star system' que en Madrid, no. De hecho, en el único lugar donde llevo guardaespaldas es en Buenos Aires. Hay demasiado fervor por el artista allí y a mí me gusta la soledad. Y más mirar que que me miren. Soy un voyeur.


Pero ¿qué les decís a los que te ven como un líder en temas de la vida, como el tipo que sabe gozar?

-Sí, la onda “Mi viejo es un imbécil, éste es el bueno”. Les aseguro que para mis hijas no soy en absoluto el padre que quisieran, eh (risas).


¿El síndrome de los hijos de hippies?

-Sí, mis dos hijas odian con toda su alma las drogas y, casi, el alcohol. Son chicas normales y estupendas y leen libros y tal. Una vive en Londres y otra aquí, pero a las drogas, ni se las menciones … Bueno, por suerte, ¡imaginate que me tocaran dos hijas drogadictas! ¿Qué hago? ¿Qué consejo les doy si no tengo ninguno pa’ darles? Justo yo. Pero la educación no tiene que ver. Es el azar. Mi hermano y yo nos criamos en el mismo ambiente y él es policía como lo fue mi padre. Caín y Abel: uno copia el modelo paterno y el otro se va al otro lado. A una de las mías le gusta el escenario, a la otra, no. Es introvertida, asocial.


¿Te desafían generacionalmente?

-Ellas, sí. Pero esa lucha de generaciones que ha habido siempre en la música no la veo más. No entiendo como no vienen a los escupitajos a echarnos del escenario como vejestorios. Nos están respetando demasiado y eso es malo. Pero tampoco vienen los niños a preguntarme cómo se hace una letra, eh, sino cómo se hace uno famoso.

Me gustaría ver a los jovenes jodiéndome, entre otras cosas, porque me estimularían y estaría dispuesto a aprender cosas de ellos, a ver cómo los jodo yo.

Muchos jóvenes te tienen como el modelo del chamuyero … El guapo de mi clase seducía con su cuerpo y los demas teníamos que inventar algo, ¿no?

¡Cyrano de Bergerac es el personaje con el que más me he identificado en toda mi vida!

Te va a asombrar esto que te digo, pero me parece que el sexo está últimamente sobrevalorado. Se puede ser más feliz escuchando una música, tomando un vino, conversando con amigos que echando un polvo. Claro, decirlo a los 62 años parece fácil. Pero la sobreinformación sexual de ahora, la exigencia de los anuncios, para ser guapo, con una polla así de grande, ¡es algo insoportable ya!


Veo que no dejaste de fumar.

-A la cocaína la dejé tan claramente que me invitan a una raya y no digo que no; puedo tomarme una sin quedarme enganchado. Pero eso no puedo hacerlo con el cigarrillo. Es más adictivo y además ¡no produce placer ninguno!

Cuando voy a comprar cigarillos y en el paquete dice “El fumar provoca impotencia”, les digo “Eh, cámbienmelo por el del cáncer, por favor” (risas).


¿Sentís que por tu edad te estás perdiendo algo nuevo?

-Claro que sí. No voy a los clubes, no oigo música nueva. Prefiero leer, ver a mis amigos. Tiene que ver con la edad, pero no hay nada que me conmueva. Quisera tener 40 de nuevo, ¡no quiero saber nada con la adolescencia! El Internet me lo he perdido sabiendo que es una gran pérdida. Soy consciente del salto adelante que supone, pero es una opcion mía no interesarme en eso.


Con todo lo verborrágico que sos, no me imaginaba que estuvieras detrás de un Tweet.

-Borges decía que la democracia era un abuso de la estadística, ¿te imaginas si ve Twitter?

Es que cabe todo, pero como lo que más abunda es la mierda, ¡lo que cabe son cientos de toneladas de mierda! Además, eso de cientos de puntos de informacion bombardeándote no me va, soy de esos hombres que –dicen las mujeres- no saben hacer dos cosas a la vez. Si leo un libro, no puedo oír música.


¿Por qué le pusiste “El penúltimo tren” a esta gira argentina?

-Tiene mucho de humor autocompasivo y no es “el último”, para que no me digan después “¿No era el último?” El repertorio es casi el anterior, el del CD "Vinagre y rosas".


¿Vas a usar el bombín?

-¡Claro! Para aclarar que el de arriba del escenario es uno que no es el mismo que camina por las calles.




Fuente: Clarín. Febrero, 2011

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