"Yo admiraba mucho a Bob Dylan, pero en su época religiosa me sentí absolutamente traicionado, como si alguien a quien respetas se volviera imbécil de pronto".
Primeros de mayo de 1992: Joaquín Sabina está explicando a este periodista las razones de usar una frase del profesor Severo Ochoa ("el amor es física y química") para bautizar su último LP, como afirmación de fe racionalista. Inicialmente, el título era "Verdades como puños", en respuesta irónica al "Mentiras piadosas" de 1990.
Ya metidos en el siglo XXI, Sabina se muestra menos crítico respecto a los vaivenes espirituales del padre Dylan. Y afirma que "Física y química" es uno de sus tres o cuatro mejores discos. Durante el mismo año 1990, también logra otra sensacional producción, a medias con Isabel Oliart: Rocío, su segunda hija.
Ese año acoge grandes fastos en Sevilla y Barcelona, pero no esperen encontrar anticipos de esas celebraciones en "Física y química". En 1992, el cantautor jiennense no siente la necesidad de soltar constantemente al ruedo nacional con el traje de comentarista de la actualidad ("opinólogo", que dicen los argentinos). Tiene labores más importantes entre manos. Debe volver de gira por México, Argentina y Venezuela, consolidando ese flechazo mutuo que tan estimulante resultará para su música:
"A mí, América me salvó. Tenía un éxito a escala española que se había convertido en rutina, el personal de Albacete se reía con las mismas frases que el del Gijón. Yo era muy cateto, un tipo con boina mental que sentía miedo de los aviones. Hasta que me vi en medio del Atlántico, todos los pasajeros durmiendo, y yo con mi whisky y mis pitillos escribiendo furiosamente todo lo que había vivido en el Distrito Federal o en Buenos Aires. Allí comprobé la verdad de lo que yo afirmaba alegremente, que la única patria es la lengua".
Física y química. El rey de los canallas.
Por Diego A. Manrique
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