Cuenta la leyenda:
Se encontraron ambos en 1985 en “Elígeme”, el bar del que era socio Sabina y todo pudo suceder así:
Joaquín detecta a una chica guapa y, con el desparpajo que le da el éxito, se acerca a vacilar:
–¿Qué tal?, me gustaría invitarte…
–¿Ah, sí? ¿Y por qué?
–Bueno, alguna botella de este bar es mía… –Insinúa Joaquín esbozando esa sonrisa de canalla trasnochado.
–¿Las compras y las traes aquí para beberlas? –se interesó Isabel.
–Exacto. Ya que vengo tanto, al menos me ahorro unos duros. Por cierto, no te he visto nunca por aquí.
–Es que es la primera vez que vengo.
–A ver si no es la última… ¿Qué quieres?
–Whisky. Sin hielo.
–A mí me gusta sin soda… –deja caer Sabina, esperando que la desconocida capte el mensaje. Pero ella no mueve un músculo.
Joaquín se mosquea. Duda. ¿No me conoce o se hace la interesante? Decide comprobarlo.
–Whisky sin soda…, como la canción.
–¿Qué canción?
–¿No la conoces?
–¿He de conocerla? –se mosquea Isabel mirándolo de frente.
–Todo el mundo la ha escuchado. Es de un tal Joaquín Sabina.
–No tenía ni idea…
–¿No sabes quién es Joaquín Sabina? –se asombra Joaquín Sabina.
–Pues no. Me suena algo, pero no sé ni qué canta.
–Soy yo.
–Vaya. Te hacía más joven.
–Y yo más morena. ¿Se puede saber con quién tengo el gusto?
–Con Isabel.
–Pues «enchanté» –le dice besándole la mano–. ¿A qué te dedicas?
–A pocas cosas, pero interesantes.
–Es lo mejor en la vida. No perder el tiempo.
Fuente: "Pongamos que hablo de Joaquín", J. Carbonell.
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