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En el libro "Astor Piazzolla. A manera de memorias", el genial tanguista argentino dejó incrustada una frase para la eternidad: “Puedo contar una historia de ángeles, pero no sería la verdadera historia. La mía es de diablos mezclada con ángeles y un poco de mezquindad. Hay que tener algo de todo para seguir adelante en la vida”.


Pero ni siquiera esa asumida confluencia de la luz y la tiniebla le sirvió de nada a su buen amigo Waldo de los Ríos (Buenos Aires, 1934). Así que aquel lunes 28 de marzo de 1977, después de haber pasado el fin de semana atiborrándose de valiums, libriums, aneuroles y demás genealogía somnífera y antidepresiva para aplacar lo inaplacable, el compositor, arreglista y pianista porteño afincado en España agarró la escopeta Fabarm-Brescia, entró en el dormitorio de su mansión de El Olivar, en la urbanización Conde de Orgaz de Madrid, y se pegó un tiro que le entró por debajo de la barbilla y salió por la parte superior de la cabeza. Tenía 42 años. Lo tenía todo. Éxito, fama, dinero, amigos... Y también un estado casi permanente de agitación y melancolía frente al que casi todo era inútil.


Siete años antes se había convertido en una estrella internacional tras adaptar el cuarto movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven y crear para la discográfica Hispavox el "Himno a la alegría" que, en la voz de un jovencísimo Miguel Ríos, se aupó al número uno de las listas de 12 países (en el Reino Unido fue número dos, sólo por detrás de los Rolling Stones).


Eso lo hizo como Waldo de los Ríos. Pero antes y después del atronador éxito del Himno, desde mediados de los sesenta hasta mediados de los setenta y bajo el seudónimo de Frank Ferrar, Oswaldo Nicolás Ferraro Gutiérrez —ese era su nombre real— se convirtió como arreglista en una verdadera fábrica de éxitos en el campo de la canción ligera y el pop españoles. Su nómina de hits no deja de impresionar, en un contexto histórico —el de la recta final del franquismo— que es también el de la puesta en pie de una auténtica industria musical y discográfica española: lo que algunos llamaron los años Hispavox.




Suyos son los arreglos de "La canción del tamborilero", el villancico que en la Navidad de 1965 confirmó el estrellato de un nuevo fenómeno llamado Raphael, con quien también colaboró en temas como "Balada triste de trompeta", "Aleluya del silencio" o "A mi manera". Y los de la canción "En un mundo nuevo", con la que Karina quedó segunda en el Festival de Eurovisión de 1971. Suyos son también el "Yo soy rebelde" y el "Porque te vas" de Jeanette, el "Cuando me acaricias" de Mari Trini y "La vida sigue igual", que creó junto a Julio Iglesias en 1968. O las versiones que sobre temas de Jacques Brel, Charles Aznavour o Mina adaptó para el cantautor argentino Alberto Cortez. E incluso una versión del "Tu nombre me sabe a hierba" de Serrat que, por cierto, no agradó nada al Noi del Poble Sec, que se las tuvo siempre más que tiesas con el compositor y arreglista argentino.


Todo ello y mucho más lo cuenta con inabarcable lujo de detalle el periodista y escritor granadino afincado en Málaga Miguel Fernández, en su libro "Desafiando al olvido. Waldo de los Ríos". La biografía (Rocaeditorial), un auténtico bisturí periodístico-sentimental del personaje y de su época al que ha dedicado casi tres años de trabajo. La obra llegó en marzo a las librerías digitales (8,99 euros), y la fecha de su distribución en librerías físicas dependerá, como todos los planes editoriales españoles en curso, de la evolución de la crisis del coronavirus.


La publicación del libro se produce justo cuando se cumplen 50 años del "Himno a la alegría", efeméride que servirá de pretexto al sello Warner para proceder a una auténtica resurrección discográfica de Waldo de los Ríos. En concreto, un recopilatorio de su obra en formato CD y la remasterización y reedición digital de algunas de sus célebres bandas sonoras, como la de la serie televisiva Curro Jiménez, o las de las películas de su íntimo amigo Chicho Ibáñez Serrador "La residencia" o "¿Quién puede matar a un niño?" (también compuso la de la serie de terror "Historias para no dormir" y la del programa concurso "Un, dos, tres", ambas también de Ibáñez Serrador). Otros proyectos anunciados, aunque no confirmados del todo, son un documental sobre la vida del músico en TVE y un concierto en directo de la Orquesta de RTVE.





“Waldo siempre había concedido mucha importancia a la plata pero, al inicio de la década de los setenta, el extraordinario éxito del "Himno a la alegría" lo convirtió en millonario, con todos los tics, contradicciones, obsesiones y manías propias de quien atesora una fortuna”, escribe Miguel Fernández en el capítulo 28º del libro.


Pero no parece ser el dinero a espuertas la única razón de su atribulada vida personal. La persistente insatisfacción artística; el sentimiento de culpa por haber cedido a los arreglos comerciales frente a sus viejas inquietudes experimentalistas; la tormentosa relación con su mujer, la escritora y actriz Isabel Pisano, y con su propia madre, la cantante argentina Martha de los Ríos, y sobre todo la difícil y angustiosa asunción de una homosexualidad latente (incluidas sus relaciones con “jóvenes amanerados en lugares pintorescos de Madrid”, como rezaba una crónica del diario EL PAÍS en 1976) erigieron la ruina en que se convirtió su vida.


“La inmensa soledad, y el olvido, y el desprecio que le rodeaba por parte de algunos que no le perdonaron que llevara la música clásica al pueblo, le hicieron sucumbir, ser víctima de sí mismo. La depresión hoy forma parte de nuestro día a día y se trata, pero en aquella época era una excentricidad”, explica el autor de "Desafiando al olvido" en una terraza de La Carihuela, en Torremolinos. Ahí, en los jardines del legendario hotel Pez Espada, que sigue en pie prácticamente como entonces, se pasó un verano entero Waldo de los Ríos actuando al frente del grupo que había formado, Los Waldos, ante clientes como Juan Domingo Perón, Sean Connery, Frank Sinatra o Ava Gardner.


Miguel Fernández cree que existe “una deuda emocional de toda una generación de españoles aficionados a la música con aquel hombre, que a veces era transgresor y a veces convencional”. Todo eso y algunas cosas más le hicieron bucear en la turbulenta vida de Waldo de los Ríos. “Yo siempre fui un melómano de la era de Hispavox y de la música de aquella época, que luego la Transición y La movida se encargaron de sepultar”, detalla. “Pero el motivo real fue que a finales de 2015 murió mi padre. Y yo empecé a pensar en sobre qué base podría hablar para evocar el tiempo de mi padre. Y en 2017 fui a recorrer Canadá en coche, y un día de repente empezó a sonar en la radio del coche el Himno a la alegría. Me dije: ‘¡Este, este era el tiempo de mi padre!”.


En su libro de memorias "Cosas que siempre quise contarte", Miguel Ríos recuerda así la génesis, en el gigantesco Estudio 1 de Hispavox, del Himno: “¡Joder!, pensé, este me hace cantar una antigualla”. Era monumental su escepticismo ante aquel desafío musical para el que en principio no estaba llamado (antes que él, fueron Tommy Carbia y Alberto Cortez los candidatos). No era, desde luego, la música que Miguel Ríos buscaba en 1970 y sin embargo… “En esos días, yo estaba más cerca de Johnny Rivers y John Lee Hooker que de Beethoven, desde luego. La música clásica no tenía ningún atractivo para un rockero militante. Era el enemigo. Pero el éxito del Himno a la alegría, sin lugar a dudas, es el que me ha permitido mantener una carrera de casi seis décadas. Fue un milagro alimenticio y, sin duda, el que me proporcionó la oportunidad de seguir en escena y crecer como artista y como persona. Pero fue tan accidental como el primer premio de la lotería”, rememora hoy, 50 años después, el rockero granadino.


Miguel Fernández ha pasado casi tres años inmerso en el proyecto de su libro y el personaje le cayó… a ratos. “Yo admiro al creador, la forma que él tenía de soñar la música, alguien de un talento enorme... Y luego está el hombre atormentado que tiene miedo a la Ley sobre Peligrosidad Social y al aparato represor franquista. En lo sexual, él fue encontrando respuestas a medida que fue liberándose. Si llega a vivir dos o tres años más, ya habrían estado ahí los sintetizadores, la música electrónica que él adoraba, la movida, los gais…, pero llegó tarde a todo. O, mejor dicho, se fue demasiado pronto. Si llega a esperar un poco, el tiempo que venía era el tiempo que él soñaba”.



Él ha llegado a perseguir la huella de todos quienes conocieron de cerca o de lejos al músico que hoy descansa en el cementerio bonaerense de La Chacarita. Ha reconstruido esos recorridos de un Madrid invernal, los mismos que hizo Waldo de los Ríos tantas veces, desde su mansión del norte de Madrid hasta el Café Gijón; y de ahí a la cafetería Manila por toda la Gran Vía; y de ahí al Bocaccio, refugio nocturno-etílico-sexual de Waldo de los Ríos; y de ahí a su casa de El Olivar, “una metáfora de la soledad”, o al apartamento de la Torre Praga para verse con su amante. El libro es una crónica de la luz y los agujeros negros de un personaje atrapado en su compleja psique. Un personaje que se abstuvo —salvo dos o tres excepciones, caso de Rafael Trabucchelli, su compañero de viaje en la aventura del "Himno a la alegría"— de hilar lazos de amistad con los profesionales con los que trabajó. Sí los tuvo, en cambio, con grandes de la música como Astor Piazzolla, Michel Legrand o Lalo Schifrin.


Uno de los cantantes con quien colaboró fue Raphael, que explica así desde Bogotá, donde se encuentra en una escala de su gira RESinphónico, su experiencia junto al arreglista: “Waldo era un genio que hizo cosas maravillosas y dificilísimas, sobre todo para la época. "Himno a la alegría", "Aleluya del silencio", "Nana de la aurora", "Acuarela del río"... O sea, canciones con unos arreglos impresionantes”. Raphael no tiene problema alguno en reconocer la deuda artística que una parte de su triunfal carrera mantiene con el personaje: “Fíjate, "La canción del tamborilero", "Balada triste de trompeta", "A mi manera", "Payaso"... La responsabilidad de Waldo de los Ríos en todos esos grandes éxitos míos fue vital. Sin esos arreglos, esas canciones no habrían sido lo que fueron. Los temas que él arreglaba sonaban muy fuertes, muy tremendos, en una época dorada de la música española que yo guardo con cariño”.


Documental sobre Waldo:



El progresivo cambio de gustos musicales y la evolución de la industria discográfica fueron alejando a Waldo de los Ríos de la memoria de la gente, hasta el punto de que poco después de muerto, casi nadie hablaba ya de él. Pero quienes trabajaron junto a él y gracias a él en gran medida acabaron triunfando en el circo musical sí que lo recuerdan. Es el caso de Jeanette, aquella chica lánguida de los ojos preciosos y el acento francés que no habría existido como fenómeno de la canción ligera sin los arreglos de Waldo de los Ríos, y en concreto en el tema "Soy rebelde", todo un himno juvenil —y ciertamente edulcorado— en el arranque de los años setenta. De hecho, ella fue una de las últimas personas que compartieron un largo rato con el músico. “Yo estaba en París triunfando con mi canción "Porque te vas" y una noche en la que él estaba allí quedamos para cenar juntos. Fuimos al restaurante Sherwood, un sitio superchic. Waldo estaba fenomenal, nada hacía pensar que apenas dos semanas después se iba a pegar un tiro en la cabeza”.


Aquella cena tendría ciertas consecuencias incómodas para Jeanette. Alguien les hizo una fotografía juntos aquella noche en París, y cuando la policía llegó a la mansión de El Olivar encontró en la mesilla de noche de Waldo de los Ríos aquella imagen, con lo que la cantante tuvo que dar explicaciones acerca de cuál era su relación exacta con el muerto y con qué motivo se habían visto recientemente. “Era una persona depresiva, tenía una vida tormentosa y no le gustaba envejecer, tenía un complejo de Peter Pan”, dice la cantante nacida en Londres.


Genial, precoz, ciclotímico, excesivo, huidizo, reprimido, ególatra, tierno, insoportable. Así fue Waldo de los Ríos. Se hizo millonario adaptando a Beethoven, a Mozart y a las estrellas de la canción española. Recuperó el viejo folclore argentino. Conducía automóviles Maserati y Lamborghini a 200 kilómetros por hora. Dirigió ante la reina de Inglaterra. Le dijo “no” a Stanley Kubrick cuando el director le propuso componer la banda sonora de "La naranja mecánica". Y al final se dijo “no” a sí mismo. Un disparo acabó con todo. Con la luz. Con la tiniebla.


Fuente: El País. Marzo, 2020

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“La música tiene muchos registros y alguno de ellos no tiene, a veces, el reconocimiento que debería tener como hecho musical y como realidad social. Me refiero al rock. Con Miguel Ríos, el rock español alcanzó su auténtica categoría como arte musical y su más plena expansión de una nueva realidad social, sin la cual es imposible entender nuestra historia más reciente”.




Resulta cuando menos peculiar abrir la biografía de un Músico citando textualmente palabras de un Rey, Juan Carlos I, las pronunció en la primavera de 1993, con motivo de la entrega de la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes a Miguel Ríos. Pero, monarquías al margen, son palabras que dan al clavo. Sin el rock, es imposible entender nuestra historia más reciente. Y sin Miguel Ríos, es imposible entender nuestro rock.

Miguel Ríos nació el 7 de Junio de 1944 en Granada. El menor de siete hermanos pasó una infancia normal en el colegio de Salesianos y en las calles del barrio de La Cartuja, su segunda escuela. Pronto encontró trabajo en el departamento de discos de unos grandes almacenes, donde se acercó a una música que todavía disfruta: el rock.


Y durante la década de los 60 llegaron canciones en clave rock como “Popotitos” (1962), “La pecosita” y “Da-do-ron-ron” (1963) o “El rock de la cárcel” (1970), mezcladas con ritmos del momento (Twist, Madison, Locomotion), tendencias USA (Surf), canciones francesas (“El ritmo de la lluvia”). También italianas (“Oh mi señor”), bandas sonoras de películas (“Serenata bajo el sol”), acercamientos a los Beatles (“Yesterday”), versiones de clásicos (“Unchained melody”) y retorno a los orígenes (“Vuelvo a Granada”) antes del éxito internacional.

En 1966 deja la discográfica holandesa Philips y ficha por la nacional Sonoplay, donde graba temas originales en los que colabora en los textos. Dos años después, ficharía por Hispavox donde cosecharía sus primeros grandes éxitos: “El río” y “Vuelvo a Granada”


En 1969, Miguel Ríos publica “Himno a la alegría” una adaptación del cuarto movimiento de la IX Sinfonía de Beethoven dirigida por Waldo de los Ríos. Vendió siete millones de discos en todo el mundo, copando los primeros lugares de las listas de éxitos en Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Japón, Suecia, Italia, Austria, Holanda, Canadá… “Supuso el que tomara conciencia de que podía cantar, escribir textos, utilizar la imaginación y construir algo sólido como un disco”, dijo Miguel Ríos acerca de este éxito internacional.


También, en 1969, Miguel Ríos publica su primer LP después de alcanzar un buen número de éxitos con sus EP y singles. En 1972, comienza a abrir brecha creando una nueva infraestructura para el rock español con sus “Conciertos de rock y amor”. En el repertorio de esta gira y del disco, clásicos como “Hound dog”, “Tutti fruti” y “Rock de la cárcel”. Miguel Ríos vuelve a los orígenes. Después llegarían discos como “Memorias de un ser humano”, “La huerta atómica” (pionero de las reivindicaciones ecologistas) y “Al-Andalus” (anticipándose al futuro éxito de la fusión entre el rock y la música arábiga), como paso previo a su segunda explosión de popularidad y ventas.




En 1978 diseña, dirige, y produce, “La Noche Roja”, patrocinada por Red Box, una marca de vaqueros. Fue la primera gira equipada en Inglaterra y donde, las mejores bandas del momento: Triana, Iceberg, Tequila, Salvador, Guadalquivir, el propio Miguel, y otras, pudieron tocar en igualdad de equipos de luz y sonido, que las grandes bandas anglosajonas.


En 1979, Miguel Ríos se embarca en el disco “Los viejos rockeros nunca mueren”. Fue el comienzo de una serie de éxitos que continúo en 1980 con “Rocanroll bumerang” (disco de oro y “Santa Lucía” como canción tótem) y, sobre todo, el doble LP “Rock & Ríos” (1982), que vendió 400.000 ejemplares y situó al rock español a nivel internacional en todos los aspectos.


Un año más tarde llegó “El rock de una noche de verano”, con vocación antinuclear y una gira de 32 conciertos por campos de fútbol y plazas de toros que atrajo a más de 700.000 espectadores. A este gran éxito le siguió el LP “La encrucijada” grabado íntegramente en los estudios Moulin Rouge de Londres, uno de los trabajos de los que más satisfecho está, según sus propias declaraciones.


Y durante la década de los 60 llegaron canciones en clave rock como “Popotitos” (1962), “La pecosita” y “Da-do-ron-ron” (1963) o “El rock de la cárcel” (1970), mezcladas con ritmos del momento (Twist, Madison, Locomotion), tendencias USA (Surf), canciones francesas (“El ritmo de la lluvia”). También italianas (“Oh mi señor”), bandas sonoras de películas (“Serenata bajo el sol”), acercamientos a los Beatles (“Yesterday”), versiones de clásicos (“Unchained melody”) y retorno a los orígenes (“Vuelvo a Granada”) antes del éxito internacional.


La vocación latinoamericana y solidaria de Miguel Ríos se puso de manifiesto también en 1986 cuando organizo los primeros “Encuentros de Rock Iberoamericano”. Durante tres días, actuaron en el Palacio de los Deportes (Madrid) lo mejor del rock mexicano, argentino, chileno, brasileño, venezolano y español, ofreciendo por primera vez al público español la oportunidad de acercarse a artistas sepultados por el poderío económico del rock anglosajón. Fue una apuesta impagable por la identidad latina, que todavía hoy continúa dando frutos.




La conexión “latina” de Miguel Ríos es evidente. Desde que supo que algunas compañías en México usaban su Rock&Ríos como disco de cabecera para los rockeros insurgentes, no dejo de intentar ir a Latinoamérica a intercambiar experiencias y para compartir canciones. Su concierto del 87 en la Plaza de Toros de la ciudad de México, está considerado por algunos, como un verdadero parte aguas del rock en español en la ciudad más grande del mundo. Este mismo año, Miguel recibe la Medalla de Oro de la Ciudad de Granada, el primer reconocimiento, de los muchos, que le brindaría su patria chica. Al mismo tiempo, Miguel Ríos recreó en TVE la historia del rock español en un documento imprescindible para nuestra memoria musical (“Que noche la de aquel año”), a través de 27 programas que recibieron el Premio Ondas de Radio y Televisión. De la serie que ideó Miguel, se editaron 2 LP’s Dobles con el mismo título, con los duetos con sus numerosos invitados.


Le siguieron dos nuevos discos (“Miguel Ríos” 89-90, “Directo al corazón”), giras por Latinoamérica, nuevos programas de televisión (“Fiebre de sur”, en Canal Sur TV 93-94), recopilatorios (“Así que pasen 30 años” 1992), más premios Ondas (1993, por su trayectoria artística) y… En 1993, Miguel Ríos recibe La Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.



En el verano de 1996 comienza la gira más espectacular de la música española junto con Ana Belén, Víctor Manuel y Joan Manuel Serrat, “El Gusto es Nuestro”. Más de 500.000 espectadores en 34 conciertos en Plazas de Toros y otros grandes espacios que dio lugar a un CD, un programa de televisión y un libro “Diario en Ruta”, escrito por Víctor Manuel.


Antes de finalizar el año realiza una gira en Latinoamérica acompañado por una de las mejores bandas de rock de nuestro país. En 1997 Miguel Ríos cumplió 35 años en la música y lo celebró haciendo una gira a nivel nacional arrasando en Auditorios y Teatros acompañado por una Big-Band de 16 músicos de reconocida trayectoria en el panorama musical, diseñando un espectáculo intimista en el que él considera su aventura más arriesgada, novedosa, romántica y enriquecedora de los últimos años. Y sin parar el motor siguió una gira de verano. A final del 97 inicia un tour irrepetible por Latinoamérica con “El Gusto es Nuestro”, durante más de dos meses, en los que Ana, Miguel, Víctor y Joan, acompañados por un enorme despliegue de músicos y técnicos, consiguieron emocionar a miles de personas en el continente americano.


Una idea que rondaba en su cabeza hacía tiempo era la creación de un sello discográfico. En mayo de 1.998 hizo la presentación en sociedad de su nuevo proyecto Rock & Ríos Records, un sello independiente que crea un espacio en el que se respira el rock en todos sus mestizajes y estilos, siendo la latinidad su territorio. El primer lanzamiento es “Bip…Bip…aquí la Tierra”, el debut del grupo Gran jefe, un cuarteto formado por músicos de primera línea: Jaime Asúa, Osvi Greco, Rafa J. Vegas y Ramiro Penas. Con su nueva compañía grabó en el Teatro de la Maestranza de Sevilla su nuevo disco “Big-Band Ríos”. Un doble CD en directo, único en su género, en la discografía nacional. Contiene parte del mejor repertorio de Miguel Ríos, sobretodo el más apropiado para una formación musical de Big-Band. Una mezcla en los arreglos musicales de toques clásicos, gusto contemporáneo y contundencia rockera dan la oportunidad a Miguel, para expresar su madurez vocal y conseguir uno de los trabajos más variados de su carrera. En abril de 1999 el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales reconoce la larga trayectoria profesional de Miguel Ríos concediendo la “Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo”.

En 1999 graba un doble CD para RCA: “Ana Belén, y Miguel Ríos: Cantan a Kurt Weill”. Una experiencia arriesgada, nacida del concierto dedicado a las canciones de Kurt Weill y Bertold Brecht celebrado en Auditorio Manuel de Falla, de Granada. Durante el mítico año 2.000 Ana Belén y Miguel Ríos, actuaron en una gira como solistas invitados de la Orquesta Ciudad de Granada, dirigida por Josep Pons, junto a Luis Vidal Trío, en Festivales de Música Clásica y en los mejores Auditorios de España.




Durante el cambio de siglo, Miguel Ríos también participa en diferentes colaboraciones musicales como intérprete de algunos temas, tal es el caso del disco homenaje al fallecido Enrique Urquijo de los Secretos, así como también el disco homenaje a Carlos Cano y Antonio Flores, y trabaja en la idea de hacer un disco en colaboración con los mejores exponentes del rock cantado en español: “Miguel Ríos y las Estrellas del Rock Latino”, este trabajo salió al mercado en septiembre de 2001.


Miguel Ríos fue nominado en los Grammy Latinos como mejor cantante de Rock del año. En Noviembre del 2001 se inicia una nueva gira en donde nuevamente Miguel Ríos va a la vanguardia de los últimos avances tecnológicos. Ante la imposibilidad de poder contar con los invitados en directo, Miguel diseñó un espectáculo audiovisual absolutamente novedoso a nivel mundial, que combinaba la presencia virtual mediante HOLOGRAMAS de dichos artistas, con la actuación en directo de Miguel Ríos y su banda.


El día 26 de enero de 2018, la Universidad Miguel Hernández de Elche, otorga el título de Doctor Honoris Causa a Miguel Ríos, por su contribución a la difusión de la cultura urbana representada por el rock. La UMH tiene entre sus materias propias una Cátedra Institucional de Rock, además de una larga experiencia de actividades docentes alrededor de la música que cambió el siglo XX.


Desde que dejara las giras mastodónticas, ha intervenido en infinidad de conciertos solidarios, recaudando dinero y prestando su voz para difundir la idea de que no es caridad lo que se necesita, sino justicia. Las dos últimas para la campaña de 2014 “Un juguete una ilusión” de RNE en el Teatro Monumental y el día 5 de enero de 2015 en el Teatro Real con la BSMM para la Fundación Isabel Gemio para el Estudio de las enfermedades raras. Sigue apareciendo en discos de muchos compañeros, compartiendo la emoción del directo y matando el enorme síndrome de abstinencia que, dicen, produce el dulce veneno del aplauso. El día 20 de mayo de 2016 la Universidad de Granada lo nombra Doctor Honoris Causa, en Hospital Real de Granada.



Miguel Ríos es una artista fundamental, que siempre ha mantenido dignidad artística y compromiso social. Sin el rock es imposible entender nuestra historia y sin Miguel Ríos es imposible entender nuestro rock. Palabras rescatadas del discurso de entrega de la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, pronunciadas por el Rey Juan Carlos.

Miguel Ríos recuerda con nostalgia los cines de verano de su Granada natal, los cortos del Gordo y el Flaco o lo mucho que le impresionó de pequeño “Marcelino, pan y vino”. Ya de joven recuerda que le marcó mucho una película titulada "La historia de Tommy Steele" sobre este pionero del rock and roll británico que le sirvió como ejemplo para iniciar su carrera de cantante.

También habla con cierto sonrojo de las dos películas en las que participó como actor: “Dos chicas locas”, junto a Pili y Mili y Tito Mora, y “Hamelin” en la que conoció al veterano Miguel Ligero, todo un clásico del cine español, que intentaba darle consejos de interpretación. “Era inútil –confiesa Miguel– porque yo era malísimo. No podía dejar de mirar fijamente a la cámara y el director venga a regañarme. Si alguna vez caen en vuestras manos esas películas no las veáis, por favor, son un horror.”


Fuentes: página Miguel Ríos y Cadena Ser



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¡Feliz cumpleaños a este gran orgullo nuestro!

Juan Luis Guerra Seijas, cantante, compositor y productor nacido en Santo Domingo, República Dominicana, el 7 de junio de 1957. Es hijo de Olga Seijas Herrero y de un basquetbolista de ascendencia canaria llamado Gilberto Guerra Pacheco.

Fue educado en el colegio La Salle, y en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde estudió filosofía y literatura.

Juan Luis Guerra también estudió guitarra y teoría musical en el Conservatorio Nacional de Música en Santo Domingo. Después acudió al colegio de música Berklee en Boston, Estados Unidos, donde obtuvo un certificado en composición de jazz. El cantante contrajo nupcias en 1984 con Clementina Altagracia Vega Rasuk quien sigue siendo su esposa actualmente y con quien tiene dos hijos, Jean Gabriel y Paulina.


Trayectoria artística

Luego de estudiar en Estados Unidos regresó a República Dominicana y en el año 1984 lanzó su primer álbum “Soplando” inspirado en conceptos y melodías de jazz aprendidos en Berklee junto a un grupo de músicos de la localidad, constituido por Mariela Mercado, Roger Zayas-Bazán y Maridalia Hernández quienes, tiempo después, se darían a conocer como “Juan Luis Guerra y 4.40” pero, este disco no fue de mayor éxito. Dicho álbum fue relanzado en 1991 por Warner Music con el nombre de “El Original 4.40”.

Tras firmar el primer contrato con la disquera Karen Records, el estilo musical de Juan Luis Guerra dio un vuelco orientándose hacia el género del merengue lo que era mucho más comercial para la época. Comienza la producción y lanzamiento de los álbumes “Mudanza y acarreo” en 1985 y posteriormente en el año 1987 “Mientras más lo pienso…tú”. Con los cuales comenzó a adquirir fama y el reconocimiento del público.

Comercialmente hablando su álbum “Bachata Rosa” lanzado en 1990 fue el más exitosos y de mayores frutos, vendiendo en su momento aproximadamente 9 millones de copias, alcanzando la máxima popularidad para Guerra, llenando estadios, escenarios y cualquier lugar de América y Europa al cual se presentaba. El mismo disco le hizo merecedor de su primer Grammy.



Su próximo álbum llamado “Areíto” lanzado en 1992 se hizo popular en gran manera por uno de sus temas “El costo de la vida” el cual habla de las condiciones de pobreza en las que viven muchos dominicanos y otros ciudadanos de América Latina. El mismo álbum logró vender unas 5 millones de copias, y le llevó a realizar una extensa gira por toda Europa.

Juan Luis Guerra ha grabado temas en inglés y portugués, ha compuesto para muchos artistas, como la canción “No he podido verte” para Emmanuel, respectivamente para el mexicano Luis Miguel los temas “Hasta que me olvides” y “Te necesito” en años distintos. También en su momento para Gilberto Santa Rosa y para su paisana Taty Salas. Guerra también ha participado en innumerables colaboraciones con exitosos grupos como Maná, con el tema en versión bachata “Bendita tu luz”; solistas, como el cantante Enrique Iglesias con “Cuando me enamoro” y su última colaboración en 2015 con los emergentes Jesse y Joy. Etc.


Su gran desempeño en el mundo musical ha sido premiado en múltiples y reiteradas ocasiones. Ha ganado en la mayoría de sus nominaciones, posee un aproximado de 30 Grammy latinos, ganados en varias etapas de su carrera; 2 Grammy norteamericanos y 2 Billboards a la música latina.

En el 2005 obtuvo dos reconocimientos con su disco cristiano Para ti y con la famosa canción “Las Avispas”. Para el 2008 gracias a su álbum La llave de mi corazón obtuvo su galardón en la categoría mejor álbum tropical, misma categoría para el que fue nominado años después por otros de sus álbumes. El último Grammy del cantante lo obtuvo en el 2015 por el sencillo “Tus besos”.

Sus letras expresan distintos puntos de vista, experiencias de la vida cotidiana y dramas vividos por los menos privilegiados de la sociedad, como “El Niagara en bicicleta” o “El costo de la vida”, entre muchos otros temas que contienen fuertes mensajes ya sea haciendo hincapié en el sector político o para mencionar las injusticias que se viven en algunos países subdesarrollados, acompañados del capitalismo y la corrupción en la que han sido sumergidos.



A principio de los años 80, Guerra conoció a Nora Clementina Altagracia Vega Rasuk, una estudiante de diseño, con quien tuvo un noviazgo de cuatro años antes de contraer matrimonio. ​La pareja tiene 2 hijos, Jean Gabriel y Paulina.

En 1994, Juan Luis, aunque criado y educado como católico, se convirtió al Protestantismo y en 2004 dio un giro en su carrera y empezó a componer canciones evangélicas.



Fuente: Cuando nació..com

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